La noche se cerraba como un manto espeso sobre la cabaña de montaña. El sonido del fuego era ahora el único latido en aquella estancia cálida, interrumpido solo por el ocasional susurro del viento o el crujido del techo de madera bajo la lluvia intermitente.
Lady Violeta Lancaster seguía de pie, sin atreverse a moverse desde su última respuesta. La conversación con el príncipe Leonard había despertado una tormenta interna más intensa que la que rugía allá afuera. Su corazón latía con un ritmo desbocado, casi ridículo.
No debería sentirse así. No con él. No en este lugar.
Él la miraba con los ojos oscuros, brillantes por la luz del fuego, como si buscara una respuesta que no se podía dar en palabras. Y entonces, dio un paso hacia ella.
—Dímelo tú, Violeta —dijo en voz baja, pero con una firmeza que le erizó la piel—. Si ya no quieres jugar, si ya no soy importante para ti… si de verdad dejaste de sentir algo por mí…
Ella tragó saliva. Un paso más, y lo tendría a unos centímetros. Su cu