Eran las ocho de la mañana. El ambiente era triste. Hacía frío y el viento terminaba de decorar esa tenebrosidad. El Sr. Rodríguez se había ofrecido para financiar el entierro y mantenimiento de Eugenio. Además, financió el traje que Bartolomé debía usar para despedir a su padre.
Se encontraban Rodríguez, Bartolomé, Arturo y otros colegas que trabajaban para el Jefe. No había abundancia de gente. Los familiares de Bartolomé, en su mayoría, vivían en otras provincias y debía avisarles de lo sucedido.
-Lo siento mucho, Tano –le hablaba Arturo manifestando su pésame.
Bartolomé lo aceptó, al igual que aceptó el de Rodríguez y todos los que estaban allí presentes.
Se notaba que Bartolomé estaba triste. Pero también estaba enojado. Miraba a cualquier lado pensando en cualquier cosa para despejar su mente, pero era inútil. El sabía que era lo que ocupaban sus pensamientos.
-¿En qué estáis pensando? –preguntaba Arturo.
-E