Capítulo diecinueve

Bartolomé se encontraba en la Pulpería Hernández, en una de las reuniones habituales. Nada hubiese sido diferente a las otras veces, pero si había algo que diferenciaba la situación: ahora sabía quién era Enrique Octavo. Antes, era una simple persona que trabajaba en el lugar y que saludaba cuando entraba al resto. Ahora, es Lucian Heinrich, el hermano de aquel hombre que asesinó y cuyo recuerdo del momento le daba escalofríos.

-¡Esto es realmente deprimente! –gritaba uno de los militares.

-Y vamos a seguir así hasta que logremos salvar nuestra patria –agregó Filomeno.

Bartolomé no se concentraba en la conversación sino en Enrique Octavo. Lo veía y le agarraba una sensación de odio indescriptible. La impotencia que sentía al saber que no podía hacer nada al respecto porque si no quedaría como un culpable directo, además de que correría el riesgo de que sus colegas militares lo descubriesen, era grande.

-¿Vos qué pensás Craviotto? –pregun
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