Al día siguiente están todos en la sala de espera del quirófano, nerviosos, a la espera de noticias de Lucy. Jerónimo está desesperado, no sabe más qué hacer. Las horas pasan y, sin noticias de ella, de cómo va la operación, de cómo está su hijo, lo tienen como loco. Va y viene de un lugar a otro sin parar, se ha tomado más de tres cafés, pero no puede parar su ansiedad por nada del mundo. Si pierde a Lucy y a su bebé, nada más tiene sentido en su vida. Pedro se acerca a él al verlo al borde de un colapso nervioso:
—Tranquilo, Jerónimo, tienes que calmarte, puedes descomponerte. Lucy te necesita fuerte en este momento —intenta tranquilizarlo sin éxito.
—¿Cómo quieres que me calme si Lucy y mi hijo están ahí adentro hace tres horas y nadie nos dice nada?
—Confía en ella, Jerónimo. Lucy es más fuerte que todos nosotros, y ahora su hijo le ha dado más fuerzas. No lo dudes, ella va a salir de esto. Conozco a mi amiga, ha salido de peores situaciones.
—Si hubiese sabido que Lucy estaba enf