La noche después de ver a Liam fue una tortura de sombras y recuerdos. Elizabeth no pudo dormir. Se encerró en el baño, el agua corriendo del grifo apenas lograba tapar los sollozos que intentaba contener. Temblaba. Sentía que su cuerpo era una trampa. Su mente, una cárcel. Y su alma, una herida abierta.
Recordó la última vez que Liam la miró así… con esa mezcla de posesión y desprecio.
“¿Quién te va a amar con todo lo que cargas?”,
le había dicho entonces, como un veneno que llevaba años circulando por su interior.
Pero esta vez algo fue diferente.
Mientras se abrazaba a sí misma frente al espejo empañado, una voz nueva le habló desde dentro:
“Yo. Yo me voy a amar.”
A la mañana siguiente, Elizabeth estaba más decidida. No había vencido el miedo, pero había elegido no obedecerlo más.
Tocaron la puerta.
Ella la abrió y ahí estaba. Otra vez. Liam. Como una sombra que se negaba a desaparecer.
—No esperaba menos de ti —dijo con sarcasmo—. Fingiendo que ahora eres fuerte, cuando sabemos