47. Larga Recuperación.

La conciencia regresó a Eryn como una marea lenta y pesada. Sus párpados eran de plomo, y el esfuerzo por abrirlos le provocó una punzada detrás de los ojos. Cuando finalmente lo logró, la luz de una lámpara de aceite lo cegó, haciéndole soltar un jadeo áspero de disgusto. Parpadeó varias veces, desorientado, hasta que las formas se definieron. No estaba en sus habitaciones austeras. Estaba en una camilla, en el corazón del laboratorio de Lean, rodeado de frascos, hierbas secas y el olor penetrante a tinturas y desinfectante.

Intentó incorporarse, un movimiento instintivo, pero un dolor agudo y profundo, como un relámpago blanco, le atravesó los pies y subió por su pierna herida. Un quejido gutural, mucho más alto de lo que esperaba, se le escapó. El sonido alertó al anciano, que se acercó rápidamente desde su mesa de trabajo, donde machacaba algo en un mortero.

—¡Por los dioses, muchacho! ¡Pensé que habías decidido no volver! —exclamó Lean, su voz una mezcla de exasperación profund
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