46. El despertar obligado.
El frío de la noche no era rival para el hielo que Evdenor sentía en las venas. Bajo la capa roja, bordada con el escudo representativo de Haro, su cuerpo era un manojo de nervios tensos y músculos listos para estallar. La empuñadura de su espada era una prolongación de su puño, tan blanca estaban sus nudillos al aferrarse a ella.
Sus hombres lo esperaban en el patio principal, una docena de siluetas duras bajo la luz de las antorchas. Sus rostros, cincelados por la preocupación y la determinación, se volvieron hacia él. Y entonces, su mirada, gélida y rápida, se posó en una figura que sobresalía entre la tropa. Gwaine. No llevaba la armadura completa de la guardia, pero su espada estaba en la cadera y su expresión carecía por completo de su habitual arrogancia burlona. Era la cara de un soldado, serio y preparado.
Un destello de ira pura, irracional, cruzó por los ojos de Evdenor. Iba a ordenarle que se quitara de su vista, que su presencia era un insulto en una misión tan crítica.