*—Antonella:Su ansiedad empeoraba con cada día que pasaba, aunque, por suerte, aún no afectaba gravemente su salud física.Desde hace semanas, Antonella seguía su tratamiento médico con disciplina: tomaba sus medicamentos a tiempo, mantenía la rutina de ejercicios ligeros recomendada, y asistía sin falta a sus chequeos. El día anterior, tras su consulta con el gastroenterólogo, le confirmaron que estaba mejorando. Aun así, le insistieron en no bajar la guardia. Le ajustaron la dieta y le extendieron una nueva receta para complementar el tratamiento. No era nada grave, pero sí necesario.Después de eso, pasó por el consultorio de su ginecóloga, la misma que había seguido su caso tras la pérdida del embarazo. Era una cita difícil de afrontar, pero importante. La revisión fue tranquila, sin hallazgos preocupantes, y por primera vez en semanas, escuchó la palabra “estabilidad” en boca de alguien más.Su médica le sugirió un nuevo método anticonceptivo: un DIU hormonal. Le explicó
*—Antonella:Caminaron de regreso al coche en silencio. Max le abrió la puerta nuevamente, y esta vez ella aceptó el gesto con un simple asentimiento. Se acomodó de nuevo en el asiento del copiloto, sintiendo cómo el cuero frío contrastaba con el calor de la chaqueta que aún llevaba puesta.Max encendió el auto, no para marcharse, sino para activar la calefacción. El suave zumbido del motor llenó el silencio tenso entre ellos, mientras el aire cálido comenzaba a colarse poco a poco en la cabina. Aun así, él no se movió. Se quedó quieto, con las manos apoyadas en el volante como si este fuera su único punto de anclaje, como si estuviera reuniendo el valor para soltar una verdad que le pesaba desde hacía demasiado.Antonella lo observó en silencio, sintiendo cómo su pecho se comprimía. El resplandor tenue de las luces del parque se reflejaba en sus ojos, volviéndolos más oscuros, casi tristes.—Siento todo lo que pasó —murmuró Max al fin, sin mirarla aún.Antonella parpadeó, sorp
*—Antonella:Se quedaron en silencio por un largo rato, con las manos entrelazadas, como si no hiciera falta nada más. La lluvia repiqueteaba suavemente sobre el techo del auto, y el sonido se mezclaba con sus respiraciones acompasadas. En ese instante, el mundo se volvió lejano, como si solo existieran ellos dos, atrapados en un paréntesis donde el tiempo se había detenido.Entonces…—¿Estamos bien? —preguntó Max en voz baja, casi temerosa, inclinándose hacia ella hasta apoyar la cabeza en su hombro, en un gesto tierno y vulnerable que hizo que el corazón de Antonella se encogiera.Antonella sintió cómo él respiraba hondo, como si buscara fuerza en su aroma, en su cercanía. Entonces Max giró el rostro, sus labios apenas rozando la piel de su cuello al hacerlo. La miró a los ojos, y en ellos solo había verdad.—¿Podemos volver a estar juntos? —Max continuó preguntando—. Yo… te extraño, Ellie.Se enderezó, y con manos temblorosas, acunó su mejilla. La acarició como si fuera un r
*—Max:Había hecho muchas cosas en sus apenas veinticuatro años, pero nada se comparaba con esto. Era, sin duda, el mayor paso que había dado para redimirse y recuperar a la mujer que amaba.Una media sonrisa surcó los labios de Max mientras su mirada se mantenía fija en la pantalla del ascensor. Observó cómo los números ascendían uno a uno hasta que finalmente llegó al último piso del edificio corporativo del Grupo Bryant: el piso presidencial.Cuando el ascensor se detuvo, una suave melodía sonó y Max alzó el mentón con orgullo. Su porte era firme, elegante, casi desafiante. Al salir, divisó a Tiffany al fondo, detrás de su escritorio. Ella se levantó automáticamente, como era su deber, pero su rostro pasó de la cordialidad a una expresión tensa de sorpresa al reconocerlo.Max caminó hacia ella con paso seguro, su sonrisa intacta.—Buenas tardes, Tiffany —saludó con cortesía.La joven rubia parpadeó, obligándose a componer una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Aunque no simp
*—Antonella:Tenía el corazón en la boca.Su padre las había convocado a su madre y a ella en su estudio, como solía hacerlo siempre que tenía una gran noticia que compartir y Antonella no sabía qué pensar. No quería saltar a conclusiones, pero… tenía ese presentimiento. Esa punzada en el estómago que le decía que algo importante estaba por ocurrir.Se mordió el labio inferior con fuerza, como si así pudiera contener la ansiedad que amenazaba con devorarla por dentro. Sus uñas se clavaban en las palmas de sus manos mientras esperaba, inmóvil, como una estatua de tensión.Cuando la puerta del estudio se abrió de pronto, Antonella dio un pequeño respingo y su mirada se dirigió con rapidez hacia la entrada. Su padre apareció con una sonrisa amplia que le iluminaba el rostro, algo inusual en él.—¿Jeff, por qué sonríes? —preguntó Alice, su madre, con un dejo de curiosidad inquieta—. Dijiste que querías hablar con nosotras…—Traigo buenas noticias —anunció él, mientras se dirigía a
*—Antonella:Antonella sintió que el corazón se le detenía por un segundo. Su cuerpo entero reaccionó al escuchar su voz. Un leve temblor le recorrió los brazos mientras mantenía los ojos fijos en la entrada del salón.Entonces lo vio.Alto, impecable, más guapo que nunca. Max cruzó el umbral con un ramo de rosas rojas en la mano y una sonrisa luminosa en los labios. Las conversaciones se detuvieron. Todos en la sala se quedaron en silencio, mirando al inesperado visitante.—Buenas tardes… o casi noche —saludó con tono relajado, mirando a cada uno de los presentes.Antonella se quedó inmóvil. ¿Qué hacía él allí? ¿Y con ese ramo…? ¿Era para ella?—Oh, buenas noches, Max —dijo su padre, Jeff McKay, siendo el primero en reaccionar. Caminó hacia él con una sonrisa desconcertada—. Es una grata sorpresa verte por aquí, después de todo lo que pasó…Max sonrió, un poco incómodo.—Sí, lo sé, pero hoy no vengo a hablar de negocios —miró alrededor, notando que interrumpía una reunión fami
*—Antonella:Durante unos minutos se quedaron así, fundidos en un abrazo, con los cuerpos aún unidos y los latidos sincronizados, pero la realidad no tardó en filtrarse entre las rendijas de su refugio, y Antonella giró el rostro hacia él, con una sonrisa aún desordenada por el clímax.—¿No crees que deberíamos…? —empezó a decir, pero se interrumpió al ver la cara divertida de Max.—Hice un desastre —admitió él con una risita avergonzada—. Debería andar con una caja de condones encima. No está bien que te haga el amor así, sin protección.Antonella se mordió el labio y se inclinó para rozarle la boca con la suya, aún jadeante.—A mí me gusta sentirte dentro, Max… y más cuando… —se relamió con lentitud, provocadora—. Ya sabes.Max soltó una carcajada, moviendo la cabeza incrédulo.—Y luego dices que el perverso soy yo.Ambos rieron, cómplices y todavía envueltos en ese calor delicioso. Finalmente, Max la dejó ir con suavidad. Antonella se puso de pie, pero apenas lo hizo, sintió
*—Antonella:«Este es solo un paso más hacia el éxito», se dijo Antonella McKay, conocida cariñosamente como Ellie por sus familiares y amigos más cercanos, mientras entraba en el imponente edificio de cristal donde pronto comenzaría a trabajar.Alzó la vista hacia las oficinas del Grupo Bryant, una reconocida corporación familiar con empresas en sectores comerciales, financieros y manufactureros. La familia Bryant era famosa por su prestigio y habilidad para los negocios. Hoy, Antonella se unía como asistente de uno de los hijos del magnate Bradley Bryant.Respiró hondo y cruzó la puerta automática de cristal, que se abrió suavemente a su paso. Una vez dentro, miró alrededor de la recepción, observando a dos chicas detrás de un mostrador, ocupadas con el control de visitantes. Se aclaró la garganta, y una de ellas levantó la mirada del computador.—Buen día, Grupo Bryant, ¿en qué puedo ayudarla? —saludó la recepcionista.Antonella le dedicó una sonrisa.—Sí, tengo una cita con el señ