Apretó su agarre en sus caderas y la golpeó contra él una y otra vez. De repente sus ojos se abrieron y se encontraron con los de él. Parecía sorprendida.
— ¡Oh!— ella gimió. — ¡Oh, amor, sí!
La sintió apretarse aún más a su alrededor, apretando, apretando, mientras decía su nombre. Eso fue todo lo que pudo tomar. Nunca había imaginado nada como el calor apretado y húmedo que ella le había mostrado y había estado al borde de un orgasmo desde la primera vez que ella flexionó las caderas.
Él gimió cuando comenzó a derramarse dentro de ella. Ella jadeó y se movió aún más rápido.
—Puedo sentirte—, dijo con asombro. —Puedo sentirlo. ¡Oh, te sientes tan bien!
Otra ola de placer ahogó la primera y él gimió impotente mientras ella cabalgaba sobre su cuerpo. No encontraba una palabra adecuada para las sensaciones que ella le provocaba.
Cuando finalmente se