El apartamento Lancaster permanecía en un inquietante silencio, apenas roto por el tic-tac de un reloj antiguo en el vestíbulo. La noche había avanzado y Leonard, tras una larga conversación cargada de tensión con Lady Violeta, se había quedado dormido en el sofá de la sala, exhausto por los días pasados. Sus facciones, bajo la tenue luz de las velas, reflejaban una calma que hacía tiempo no tenía, y sin embargo, esa tranquilidad era lo que más despertaba la obsesión de ella.
Lady Violeta lo observaba desde el umbral de la puerta, con los dedos crispados sobre la tela de su vestido de terciopelo carmesí. Su corazón latía con fuerza. Lo había conseguido: Leonard, el príncipe heredero del reino de Theros, el hombre que durante años la había rechazado y desdeñado, ahora estaba bajo su techo, en su mundo. La sensación de triunfo se mezclaba con un fuego ardiente en su pecho.
Se acercó despacio, casi como una sombra, hasta que estuvo frente a él. Lo contempló dormir, con los labios apenas