El sol ya comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja suave con pinceladas rosadas. Emma caminaba al lado de Leonard por la acera mojada por el rocío vespertino, con las zapatillas en la mano y una sonrisa todavía pintada en el rostro tras el partido de baloncesto. Reía bajito, sacudiendo la cabeza mientras le contaba a Leonard cómo Lucas siempre hacía trampa en los últimos minutos del juego. Pero Leonard apenas respondía. Caminaba en silencio, las manos metidas en los bolsillos del pantalón deportivo que acababan de comprarle, con la camiseta pegada al torso por el sudor. Tenía la mandíbula tensa, y aunque intentaba mantener el paso, sus pensamientos eran más ruidosos que el tráfico de la ciudad.

Aquel juego había sido una experiencia completamente nueva para él, y no solo por el deporte en sí —que aún no terminaba de comprender— sino por todo lo que había sentido. Había observado con atención cómo Lucas se acercaba demasiado a Emma, cómo la rodeaba con el b