A las doce de la noche, Sofi bajaba de un auto importado en la puerta de su edificio, al entrar, siente que unos brazos fuertes la rodean por la cintura y la meten con brusquedad en el ascensor. Casi no respiraba del susto, su mente iba a toda velocidad pensando en todo lo que podía llegar a hacer ese hombre y peor, si ese hombre sabía quién era ella. Estaba muy asustada y no encontraba manera de escaparse de su supuesto secuestrador, ni mucho menos encontraba palabras para decirle que le iba a dar todo lo que él quisiera. Una vez dentro, su secuestrador la suelta en el suelo y se deja ver poniéndose delante con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
Sofi al ver y comprender de quién se trataba, reaccionó de una manera que ni ella sabía que podía llegar a salir de su interior. Con el puño cerrado y toda la rabia contenida en este, le encesta un puñetazo en cara. Bueno, esa era la idea, pero los reflejos del chico fueron más rápidos y la intercepta a centímetros de su rostro con los ojos grandes del asombro, al igual que ella, los dos estaba sorprendida por la reacción inesperada. El joven, al darse cuenta de que ni ella se lo creía, sonríe de costado divertido por la situación.
—Casi me matas del susto —le acusa a medio grito, roja por la furia y la vergüenza de haberle querido pegar.
— ¿Quién era el del auto? —interroga con enfado e ignorando la acusación.
—¿Qué?
Ian se da cuenta que era una acusación estúpida, ya que ella no tenía por qué darle explicaciones, sin embargo, estaba loco de celos, su naturaleza posesiva saltó en su vena, pero no iba a seguir con esa acusación, la iba a hacer pagar a su manera.
—No vas a seguir ignorándome, Sofi —gruñe.
Por el cambio rotundo del joven, se desconcierta y eso la pone furiosa; era el primer hombre, no, era la primera persona que le causaba sentir furia de esa manera tan descontrolada.
—Pues, mira —escupe. Se dispone a rodearlo para salir del ascensor y tomar las escaleras, sin embargo, no llega muy lejos; él le rodea con un brazo la cintura tirándola hacia la pared del ascensor, situando sus rostros a solo unos centímetros de distancia—. Suéltame —pide entre dientes, cada vez más roja por la furia y la excitación que se estaba apoderando de ella por la cercanía.
—Ya no eres tímida —se burla, rozando sus labios con los de ella.
—Ian —sisea furiosa.
—Apuesto a que tienes una fantasía en el ascensor —le asegura con voz ronca, haciendo que Sofi hierva desde el vientre hasta sus mejillas; él se da cuenta como las pupilas se le dilatan por la excitación y muestra una media sonrisa depredadora conforme aprieta más sus cuerpos, tocando con su miembro justo en el lugar donde ella necesita. Por esa intromisión, la joven cierra los ojos inspirando hondo. Ian ya sabe que la tiene, por lo tanto, con su otra mano toma su nuca y le devora la boca con desesperación, callando todos esos pensamientos que le dicen que lo que hace es peligroso, que no le conviene seguir con ese juego, que tiene que alejarse de ella; los ignorantes y sigue saciándose con su boca; la obliga a levantar las piernas para que lo rodeé y se frota con descaro contra ella, mientras le arranca gemidos, los cuales se los bebe con vehemencia. Cuando sus pulmones quedan por falta de aire, él se separa solo unos centímetros—. Me estás volviendo loco —entona con rabia.
Sin esperar repuesta, la vuelve a besar, apoya los pies de Sofi en el suelo y le desabrocha los pantalones con velocidad, llevándose también su ropa interior, sacándoselos solamente de un pie. La estaba castigando por ignorarlo y por bajar de un auto de vaya a saber quién, por ese motivo, no iba a ser delicado, no iba a ser cuidadoso, sino todo lo contrario.
Una vez que se baja la cremallera del pantalón, agarra una pierna femenina y la coloca en su cintura. Con un dedo de su otra mano, roza los pliegues húmedos haciendo que Sofi aguante la respiración, luego, sin previo aviso lo mete en su interior. Ella aprieta los dientes en el hombro de Ian, haciendo jadear por el dolor y el placer que le proporciona esa acción, con rapidez introduce un segundo dedo en donde comienza a moverlos de adentro hacia afuera. Después, los clava en su interior haciendo movimientos circulares sin detener su juego, mientras besa y muere su cuello.
—Nadie va a darte esto —susurra contra su cuello, apretando más sus dedos en el interior. Ella no entendía por qué o por quién lo decía, pero tampoco le importaba, estaba llegando al orgasmo y no deseaba que se detuviera a hablar.
No obstante, al darse cuenta de que el cuerpo de Sofi se contraía entre sus dedos, los apartó y sonriendo con malicia al ver como ella se quejaba con un gemido. La mira a los ojos y la penetra con su miembro; al notar que su orgasmo fue interrumpido, la joven empieza a mover las caderas al son de las embestidas, sin embargo, él, le agarra con tanta fuerza las caderas que le clavaba los dedos al sostenerla para que no se mueva. Sofi se estaba frustrando por no poder moverse y entonces eleva los brazos para rodear su cuello, pero Ian le toma las manos y las aprisiona por encima de la cabeza, mientras las sostiene, la arrebata la boca blandiendo una guerra con sus lenguas. Sus embestidas se vuelven más rápidas y profundas volviéndola loca y acercando el orgasmo, Ian siente como los músculos internos de Sofi se contraen por la llegada del clímax y otra vez lo interrumpe saliendo de su interior.
—¡Ian!
—Shuu —la silencia arrancándole los botones de la camisa y luego tirando el sostén hacia arriba de sus pechos—. Quietecita —murmura llevando su boca al pezón derecho.
Sofi gime e Ian gruñe al saborear su botón rosado. Se vuelve a introducir en su interior, mientras ataca su otro pezón. Ella gime apretando los dientes, él jadea mordiendo su pezón. El orgasmo de Sofi vuelve a arrimarse, pero esta vez, Ian no lo interrumpe y la deja llegar. La joven muerde el hombro de él, clavándole los dientes con fuerza conforme se acerca la llegada del clímax; Ian gruñe y acelera sus embestidas, llegando unos segundos después que ella.
La sostiene entre sus brazos por varios minutos, hasta que ambos dejan de temblar y que ella pueda pararse por sí misma; la mira a los ojos hipnotizándola con su mirada azul y luego atraca su boca con densidad, cuando ella necesitó respirar, él la dejó libre. La observa de nuevo, pero con una mirada extraña, una que ella no pudo descifrar y sin darse cuenta, el joven ya se había alejado y se cerraba la cremallera del pantalón dándose cuenta que ni siquiera se los había sacado.
—No vuelvas a ignorarme —le advierte con una voz gélida.
Aprieta el botón del ascensor haciendo que se abran las puertas y sale dejándola allí, media desnuda, fría y desconcertada por lo que acababa de suceder y por cómo se había ido, así, sin más y para peor, él estaba enfadado, furioso y ella no tenía la menor de idea del por qué se encontraba en ese estado. Con un profundo suspiro y un dolor punzante en el pecho de angustia se dispuso a vestirse y subir a su apartamento.