Después de quedar embarazada de un desconocido, Valeria entra a trabajar a una prestigiosa firma de abogados, en donde encontrará, entre contratos, conciliaciones y pleitos judiciales, algo más que el amor y la pareja que necesita en su vida.
Ler maisMomentos antes de entrar a la entrevista del trabajo de su vida, Valeria estaba en el baño, haciéndose un test de embarazo. Esa mañana había vuelto a sentir las mismas náuseas de hacía unos días y ya la incertidumbre la estaba matando. Sí, estaba en el lujoso baño de las oficinas de Carrizosa y Asociados, una de las firmas de abogados más prestigiosas de la ciudad, que solo competía en calidad y desempeño con Falinni & Darrida, haciéndose una prueba, pero es que era en ese momento o ya la ansiedad le impediría siquiera presentarse. Miró el reloj, con la tablita en la mano. Ya habían pasado los cinco minutos que indicaba la prueba y solo le quedaban tres para entrar en la oficina. Valeria tomó aire y vio el resultado.
—¿Señorita, ha escuchado usted mi pregunta? —dijo la abogada que realizaba la entrevista, una mujer de no más de treinta y cinco años a la que se veía lo bien que le pagaban porque incluso su peinado era de más de cien dólares.
—Oh, sí, ya, lo siento, es que… a veces divago sobre temas jurisprudenciales —dijo Valeria luego de que no se le ocurriera una mejor excusa para justificar el hecho de que, desde que hubiera visto el resultado de la prueba de embarazo, diez minutos antes, no podía pensar en otra cosa.
—Ah, sí, no me diga, y qué asunto es el que la tiene ahora en las nubes, señorita —preguntó la abogada.
Era justo lo que Valeria esperó tan pronto como la extraña excusa salió de sus labios. Miró en dirección al hombre que acompañaba a la abogada, un joven no más mayor que ella, que ya tenía su puesto en la prestigiosa firma y al que no debía preocupar en absoluto si Valeria pasaba o no la entrevista mientras que, para ella, su vida entera dependía de la decisión que tomaran en esa sala, más ahora que había visto el resultado de la prueba de embarazo.
—Pensaba en, bueno, es que es algo incómodo de mencionar frente a un hombre, pero es sobre si puede o no considerarse la masturbación masculina como un aborto.
—¡¿QUÉ?! —dijo la abogada, entre sorprendida, divertida y abochornada.
—Sí, verás, sé que es algo que discuten en esa película Legalmente Rubia, de hace como veinte años, pero es que es verdad, ¿no te parece? —dijo Valeria— Porque si bien se puede considerar que hay vida humana desde la concepción, entonces habría vida embrionaria desde el espermatozoide y una conducta se considera abortiva cuando atenta contra la vida del embrión, ¿entiendes mi punto?
La abogada compartió una mirada con el joven que debía ser su asistente, sin saber qué responderle a Valeria.
—Bien, bueno, sí, es un tema interesante el que planteas —dijo después de algunos segundos la abogada—, pero lo que me interesa saber ahora es si consideras que te amoldas o no al trabajo en equipo, ¿qué dices?
Valeria suspiró y se tomó un tiempo antes de contestar, pero no porque tuviera que pensar mucho la respuesta, sino porque lo que en verdad le inquietaba en ese momento no era si trabajaba bien o no en equipo, porque desde que vio el resultado de la prueba de embarazo estaba segura de que sí (¿o es que los bebés no se forman así, en equipo?), sino el hecho de que, de no conseguir ese empleo, su vida quedaría arruinada desde el momento en que recibiera una respuesta negativa.
—Verás, tengo que decir que no me amoldo al trabajo en equipo, pero no malinterpretes mi respuesta —dijo Valeria, decidida a imprimir algo de riesgo en su respuesta—, lo que ocurre es que tengo un problema con el verbo que estás utilizando, el de amoldar, porque yo no me “amoldo” a un equipo. —Hizo una pausa dramática intencionada—. Yo lidero al equipo, ¿comprendes?
La abogada frente a Valeria sonrió y la joven supo, en ese momento, que a menos que se tropezara al salir y con ello vertiera el café que estaba sobre la mesa encima del traje de dos mil dólares de la mujer que la había entrevistado, estaría contratada.
—Ha sido una respuesta muy audaz, y original, gracias —dijo la mujer—. Ahora puedes esperarme afuera. Te comunicaré nuestra decisión en un momento.
Valeria sonrió y salió del despacho hecha un manojo de nervios. Sabía que, pese a que la abogada había hablado en plural, era ella, y solo ella, la que tomaría la decisión, pero corrigió su percepción cuando se encontró de frente, al abrir la puerta de la oficina para salir, con un hombre de no más de treinta años que, al sonreírle, alborotó algo en su memoria. Respondió al gesto del hombre que ingresaba y supo, en ese momento, que debía tratarse de alguien también muy importante en la firma porque saludó a la abogada con un beso en la mejilla y una mano que casi le rozó el trasero.
«Seguro es él quien debe aprobar o no la decisión de la mujer que me hizo la entrevista», pensó Valeria cuando vio que la puerta se cerraba y le pareció escuchar que el hombre recién llegado preguntaba por la candidata al puesto. Pensó en estrechar la oreja contra la puerta e intentar oír algo más, pero lo último que necesitaba era que la encontraran fisgoneando. Se contuvo y se sentó en las sillas frente al despacho del que había salido, en espera a la respuesta que decidiría su vida porque, de lo único que estaba segura en ese momento, era de que no recordaba el rostro, o siguiera el nombre, del joven con el que se había acostado la noche en que quedó embarazada. ¿Qué iba a hacer, en su estado, si no conseguía ese empleo? Podía presentarse a otras firmas, claro, pero su situación ahora era desesperada porque cuando sus padres se enteraran de que estaba embarazada, la correrían de la casa y su madre era una bruja consumada para detectar embarazos.
Mientras meditaba sobre su incierto futuro, Valeria escuchó que la puerta de la oficina se abría y, justo en ese momento, también lo hacía la boca de su estómago, decidida a liberar el contenido que lo oprimía.
«¡No, no, no, ahora no, por favor….!», se dijo Valeria mientras se llevaba la mano al abdomen y veía, con horror, los zapatos de mil dólares de la abogada, asomados por el resquicio de la puerta.
—Valeria —dijo la abogada al salir.
La joven se levantó, pero al hacerlo la sensación de náusea aumentó y dirigió la mano a los labios, consciente de que en cualquier momento iba a trasbocar.
«Que no sea encima de la abogada, de sus zapatos de mil dólares o su sastre de dos mil, y no antes de que me diga si estoy o no contratada, por favor, Dios, si todavía guardas algo de misericordia para mi….!»
—¿Puedes pasar, por favor? —preguntó la abogada—. El señor Franco quiere conocerte.
«¡Ay, de por Dios, no me podía dar la noticia ya, ahora, así no más!»
Todavía con la mano sobre la boca, Valeria asintió.
«¡Ahí viene, no, Dios, me voy a vomitar frente a todos! ¿Por qué a mi? ¡Y en este momento!».
Decididos a no obtener nunca una prueba de ADN de sus hijos, Valeria y Franco llegaron a instalarse en otro país, conscientes de que, de quedarse a trabajar en la firma del señor Carrizosa, sus hijos estarían siempre expuestos a su abuelo paterno que, tarde o temprano, obtendría las muestras que necesitaba de alguno de los trillizos para asegurarse si eran o no de su sangre. En su nuevo hogar, estaban seguros de que el padre de Franco no tendría forma de acercarse para corroborar la consanguinidad de sus nietos, y que distancia le dificultaría tanto esa obtención, que algún día quizá se cansara y, debiendo cumplir, como albacea, con la liquidación del testamento, la fortuna no sería un impedimento para la nueva familia y cuando eso pasara, ya poco o nada importaría si el señor Carrizosa obtenía o no la prueba de ADN. Con el dinero recibido por el testamento de su madre, Franco abrió un negocio de consultorías jurídicas internacionales, junto con Valeria, su socia. Juntos vivieron l
Para el momento en que Valeria entró a la sala de partos, la pareja todavía conservaba la promesa de no conocer el sexos de los tres pequeños -que podían ser cuatro, aunque las probabilidades se habían reducido con la última ecografía—. El hospital estaba lleno de emoción y tensión mientras los familiares y amigos cercanos se preparaban para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la familia. Valeria estaba siendo atendida por los médicos, mientras el Franco esperaba ansioso en la sala de espera. Finalmente, después de horas de trabajo de parto, los médicos anunciaron que los bebés estaban listos para nacer. —¡Vamos, empuje! Puede hacerlo"— alentaba la enfermera mientras la Valeria se esforzaba por traer a los bebés al mundo. —Gritaré si lo haces mal—, bromeó el Franco, tratando de aliviar la tensión. Después de casi dos horas, el primer bebé llegó al mundo, llorando con fuerza. Franco pudo oír su llanto desde la sala de espera y se emocionó. Las enfermeras trabajaron a gran ve
El día de la boda, Valeria quizá lucía el vestido con el que no había soñado, porque le hubiera gustado uno muy delgado, con cola de sirena y que se ciñera a su pequeña cintura, pero ahora que estaba a un mes, o quizá menos, de tener a los trillizos, no tuvo otra opción que llevar el mejor vestido de talla XXXXL que pudo conseguir y aunque se lo probó una infinidad de veces, nunca la convenció. —No es el vestido, hija —dijo finalmente su madre cuando la vio frustrarse por nonagésima vez—, es que tienes el cuerpo de una mujer con un embarazo múltiple, pero ya verás que, tan pronto tengas a los bebés, quedarás perfecta, como lucías antes del embarazo. Valeria apartó la mirada del espejo, porque su mamá tenía razón y por mucho que quisiera creer que lucía fantástica con ese vestido, jamás llegaría a convencerse porque, aunque pudiera verse algo tierna, no llegaría a ser lo espectacular que había esperado que fuera cuando soñaba con el día de su boda. —¡Esto es espantoso, mamá! —excla
Para Franco y Valeria no habían dudas sobre la paternidad de sus hijos y, aunque el señor Carrizosa intentó conseguir quién le pudiera hacer una prueba de ADN a los pequeños antes del nacimiento, después de consultar con varios médicos, jefes y hasta accionistas de laboratorios, nadie se ofreció -por ninguna cantidad de dinero- a arriesgar la vida y crecimiento de los trillizos, además de que no había forma de que hicieran la prueba sin el consentimiento de la madre. Después de algunos esfuerzos en vano, el señor Carrizosa se convenció de que solo le quedaba esperar para tener la certeza de que los hijos que esperaba su nuera sí eran en realidad sus nietos consanguíneos. Por su parte, Valeria nunca sintió la necesidad de sincerarse con sus padres, a quienes no llegó a manifestar sus dudas sobre la paternidad de Franco. —Ha sido una suerte, creo —dijo Franco cuando comentó el tema con Valeria, que ahora se había pasado a vivir en su apartamento—, porque no sé si tus padres nunca te
De la misma forma en que Franco había formalizado su relación con Valeria en la firma, el señor Carrizosa se encargó de hacer el anuncio formal del compromiso de su hijo, con lo que disipó cualquier duda respecto a su decisión y estaba tan convencido -y animado a creer- de que los hijos de Valeria eran sus nietos sanguíneos, que fue más lejos y presentó a los trillizos como los hijos legítimos de Franco. —Logramos descartar la malintencionada afirmación de Magda, la antigua jefe del área de Derecho Laboral —dijo el señor Carrizosa en la sala de juntas, frente a todos los empleados de la firma—, y demostrar que los hijos que Valeria espera, son hijos de Franco. La pareja no dijo nada al respecto, pese a que quedaba un 1% de probabilidades de que los trillizos siguieran siendo de un padre desconocido, pero a esas alturas, hecho el anuncio frente a todos sus conocidos, no iban a contrariar las palabras que tanto trabajo y sufrimiento les había costado conseguir. —Me alegro mucho por
Todavía inquieto por el plan secreto de Valeria, pero habiéndole prometido que confiaría en su criterio y le seguiría el juego, Franco condujo hasta la mansión de su padre, a quien sorprendieron con su inesperada llegada. —La cena estaba por ser servida —dijo el señor Carrizosa cuando, todavía incrédulo, se acercó a la entrada de la casa para recibir a la pareja—. Espero que hayan venido con buenas noticias, porque si vienen a insistir en que les crea sus historia rara, mejor me hubieran llamado y se habrían ahorrado el tiempo, porque no estoy dispuesto a creerles nada. Franco miró a Valeria, que había quedado encargada de dirigir el plan con el que esperaba no solo conservar su anillo de compromiso, sino también recibir la bendición de su suegro. —A eso hemos venido, señor —dijo Valeria—. He logrado convencer a Franco de que acepte lo que usted y yo hablamos anoche, aquí mismo. El señor Carrizosa sonrió, sorprendido, porque habría jurado que tendría que vérselas con la pareja.
Último capítulo