En la cueva de una bestia

Después de que Jaime hubiera regresado a su cubículo, Franco se acercó al de Valeria y le pidió, llamándola “niña”, que le pasara el documento que acababa de elaborar para revisarlo. Valeria asintió sin casi poder respirar. Cuando Franco se marchó a su oficina, Valeria no podía creer que, en solo unas pocas horas, ese hombre, que era su jefe, ya la pusiera tan nerviosa.

—¿Quieres que te lleve un vaso con agua, querida? —preguntó Hortensia cuando vio el rostro pálido de Valeria y su mirada dilatada.

—Voy a necesitar un tequila doble —contestó Valeria mientras se levantaba, luego de haberse asegurado de enviar la copia del documento a Franco—. Si tienes algo así, te lo agradecería.

—Pídeselo a él —dijo Hortensia con una sonrisa cómplice—. Seguro y te lo sirve.

—Sí, en eso tienes razón —contestó Valeria—, pero será sobre mi cadáver. Deséame suerte.

—Vas a necesitar mucho más que eso, pero si en algo te ayuda, te la deseo.

Valeria entró a la oficina de Franco, que ya estaba senta
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