Flávia narrando
Las palabras de él flotaron en el aire como una promesa. “Te amo.” Tres sílabas que derrumbaron todos mis muros. Quedé paralizada, la garganta seca, los labios temblorosos. Rafael Hawthorne —el hombre que comandaba imperios con una mirada, que cargaba cicatrices invisibles tan profundas como las mías— estaba allí, frágil, humano, mío. Sus ojos ámbar no pedían perdón, ni explicaciones. Solo esperaban.
Él inclinó el rostro, los dedos entrelazados en mi cabello como si temiera romperme.
—Pequeña hada… ¿puedo acercarme un poquito más?
Su voz era un suspiro, una súplica disfrazada de pregunta. No respondí. No pude. Pero cuando sus labios tocaron los míos, el mundo se derrumbó.
Nunca me habían besado. Nunca imaginé que sería así —lento. Como si el tiempo se hubiera detenido para darnos espacio. Sus labios eran cálidos, suaves, y traían el amargor del whisky mezclado con algo dulce, como miel. Un murmullo contra mi boca, una petición de permiso. Mi cuerpo, antes ten