Treinta y dos

XXXII. La Gran Caída.

En esas épocas de esplendor, los autos estaban próximos a volar. La gente vestía de blanco, era asistida por máquinas y vivían sus vidas a través de las pantallas. Aunque como bien se ha dicho, únicamente a través de esas pantallas se podía admirar tanta grandeza, pues si desviaban sus miradas a un costado,  lograrían apreciar la podredumbre en la que se sumergía el mundo.

Y el que no miraba a través de la pantalla, se encontraba caminando por una luminosa calle en la cual todos miraban hacia abajo y nunca hacia el cielo, que había dejado de ser azul para tomar un sucio tono grisáceo. Por el lugar en el que sus pies pisaban, hasta el cemento era blanco, pero ciertas rendijas más conocidas como callejones se dilucidaban oscuras y malolientes, donde lo que estorbaba convivía con las tinieblas y demonios. Era cuestión de ser desinteresado o simplemente hacer vista gorda para no notar

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