Treinta y uno

XXXI. Presas prisioneras.

A pesar de creerse —o querer hacerlo— en un cuento de hadas, lo que ofrecía ese mundo no era nada remotamente parecido a la magia. Y aunque lo deseara desde el fondo de su corazón, sabía que su madre no era nada similar a esas madres que salían dibujadas en los libros que hojeó. El mundo real aparte de los libros era crudo y algo como una cálida relación madre e hija no era algo a lo que podía acceder en su situación. No en ese mundo, no siendo ella Níniel y no siendo Alanna su mamá, quien dentro de las bocas que pronunciaban su leyenda se había ganado el peyorativo de bruja por una buena razón seguramente. Su madre era esa que tenía delante, de la que guardaba pocos recuerdos y que no eran los más dulces. Su mirada oliva seguía siendo la misma —o quizá más opaca— y el tono verdoso le recordaba a las serpientes, sin saber muy bien porqué. Tal vez porque en su subconsciente había una memoria de ese reptil comiéndose a un roedor, o porque en

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