Una mañana, muy temprano, Eufemia entró en la alcoba de Reyes, y le
despertó diciendo:
--La señorita llama, quiere que el señorito vaya a buscar a D. Basilio.
--¿Al médico?--gritó Bonis, sentándose de un brinco en la cama y
restregándose los ojos hinchados por el sueño--. ¡Al médico, tan
temprano! ¿Qué hay, qué ocurre?
No se le pasó por las mientes que se pudiera necesitar al médico para
curar algún mal; la experiencia le había hecho escéptico en este punto;
ya suponía él que su mujer no estaba enferma; pero Dios sabía qué
capricho era aquel, para qué se quería al médico a tales horas y cuál
sería el daño, casi seguro, que a él, a Reyes, le había de caer encima a
consecuencia de la nueva e improvisada y matutina diablura de su mujer.
--¿Qué tiene? ¿Qué pide?--preguntaba con voz de angustia, como implorando
luces y auxilio y fortaleza en el preguntar; mientras, a tientas,
buscaba debajo del colchón los calcetines.
Eufemia se encogió de hombros, y, acordándose del pudor, salió de la
alc