Capítulo 3: ¡El ha muerto!

Cuando ella se giró a mirar, su sangre se heló, el cuerpo de Finn estaba al otro lado de la acera, fue arrollado por aquel auto, que se dio a la fuga. 

Demetrius corrió por su hermano. Marina sentía que temblaba, ¡Era como una gran pesadilla! 

Al volver a la realidad, también fue hacia él.

—¡Finn! —gritó desesperada. 

Marina se arrodilló a su lado, había sangre en su cuerpo, las lágrimas caían por su rostro.

Demetrius sollozaba con angustia. 

—¡Está muerto! ¡Mi hermano está muerto! No sé cómo pasó —dijo con las manos en su cabeza, desesperado, frustrado, recargó su rostro sobre su pecho y lloró.

Marina sintió un miedo que la hacía gritar, casi acariciaba el cabello de Demetrius, pero, no se atrevió, cubrió su rostro con sus manos, sollozando.

La ambulancia llegó, Demetrius levantó la mirada y la fijó en la chica.

—¡Vete, Marina! Solo vete de aquí, vete de la ciudad, no vuelvas nunca, o juro que acabaré contigo, ¡Es tu culpa! ¡Arruinaste la vida de mi hermano! ¡Ahora le has robado la vida! ¡Es tu culpa! ¡Desaparece o juro que te arrancaré la vida!

Ella se levantó asustada, se alejó tan rápido como pudo, sintiendo que una parte de su alma se quedaba junto a Finn, para siempre. 

Marina llegó a su departamento, estaba temblando de miedo, con los ojos llorosos, al llegar notó que la puerta estaba abierta, pensó lo peor, entró y la vio ahí, como si nada hubiese pasado, sentada en un sofá. 

—¡Sylvia! ¿Qué haces aquí?

La mujer se levantó y la miró de arriba abajo, notó que parecía venir del fin del mundo.

—¿Qué se siente, Marina? —ella negó, sin entender a lo que se refería—. ¿Qué se siente quedarte sin nada? ¿Qué se siente perderlo todo?

En ese momento lo comprendió, fue como si una venda cayera de sus ojos.

—¡Tú! Tú lo hiciste, ¡Me pusiste algo en la bebida, no estaba ebria! Luego de algún modo me dejaste con ese hombre, y después tomaste ese video, ¿Verdad? —exclamó como si pudiera leerlo en la mente de esa cruel mujer. 

La mujer esbozó una siniestra sonrisa.

—¡Sí, lo hice!

—¿Por qué? —exclamó incrédula 

—¿Por qué? Me robaste el amor de Finn apenas apareciste, ¡Él era para mí! Era millonario, era perfecto, yo lo vi primero, ¡Yo los presenté! Tú me lo quitaste.

Marina sintió que un odio se apoderó de su corazón.

De pronto, abofeteó el rostro de esa mujer, haló sus cabellos con tanta fuerza, que ella gritó asustada, sus manos ahorcaron su cuello.

—¡Eres una mujer cruel! No sabes lo que has hecho, acabas de destruir la vida de un inocente.

Dejó su cuello y golpeó su rostro, arañándolo con fuerzas.

—¡Suéltame! —exclamó Sylvia desesperada.

Se levantó del piso y la miró con rabia, su gesto cambió a una profunda tristeza, lágrimas cubrían su rostro. 

—Finn ha muerto, ¡Esto ha sido tu culpa! Tú provocaste este desastre con tu envidia y maldad.

Los ojos de Sylvia se abrieron enormes, se llenaron de lágrimas, negó, se puso de pie. 

—¡No es cierto! —gritó, salió desesperada.

Marina cayó de rodillas, lloraba sin control, la angustia hacia un nudo en su garganta, minutos después reaccionó.

«Debo irme de aquí, debo dejar esta ciudad, ¡Los Vicent van a destruirme!», pensó

Corrió a su habitación, miró su maleta lista para la luna de miel.

Se cambió de ropa tan rápido como pudo, y tomó el dinero que tenía guardado.

Salió de ahí, y tomó su auto, estaba a punto de arrancar e irse, pero sintió que no podía, ¿A dónde iría? Pensó en ir con su tía.

—Perdóname, Finn, estoy huyendo como una fugitiva, no debo hacerlo, pero tengo miedo, debo irme, todos aquí acabarán conmigo, Finn, nunca me dijiste que sin ti esta ciudad estaría vacía para mí.

Ella limpió sus lágrimas, encendió el auto y condujo sin rumbo fijo. 

En el hospital

Demetrius abrazaba a su madre con sus fuerzas, ella sollozaba, estaba destrozada, ¡No podía creer lo que pasó! 

—¡Madre! Ha sido mi culpa, no debí pelear, no debí presionarlo —dijo Demetrius con la voz rota. 

—¡No digas eso! La única culpable es Marina Hall, ella destruyó a Finn —dijo Sylvia llegando ante ellos.

—¡Ya basta! Dejen de hablar de culpables —exclamó Alana—. Mi pobre bebé está muerto, mi pobre niño se ha ido.

Albert entró corriendo.

—¡¿Qué le pasó a mi hermano?! ¿Es que está grave? ¡Me dijo Sylvia que lo atropellaron! 

Alana miró al joven, lo abrazó y él se quedó estático, sintiendo el abrazo de su madrastra, la odió por años, pero ahora su abrazo lo consternó.

—¿Alana?

—Mi hijo… ¡Mi bebé está muerto!

Albert retrocedió un paso, negó, sintió un nudo en la garganta, dobló su cuerpo y lloró, nunca pensó en llorar por Finnlay Preston, pero lo hizo, era su hermano menor, nacido del segundo matrimonio de su padre, que él nunca aceptó, era diez años mayor que Finn de solo veintidós, pero nunca pudo amarlo, eso era como traicionar la memoria de su madre muerta. Su padre murió hace un par de años, dejando la herencia en una encrucijada, la mayor parte de la herencia era para el primer hijo que se casara y tuviera un bebé. Albert creyó que perdería, pero nunca pensó que todo cambiaría en solo un instante. 

—Yo… ¡Lo siento!

Demetrius lo abrazó, no tenían sangre, ni nada en común, Demetrius era hijo del primer esposo de Alana, tampoco se llevaban bien, pero había compartido al mismo hermano, podía sentir su dolor. 

—Preparemos el funeral, quiero que sea rápido, luego, quiero llorar por mi hijo, lejos de todo —dijo Alana, con los ojos llorosos.

Alana y Demetrius caminaron a la sala, debían reconocer el cuerpo de Finn.

—Madre, lo haré yo, por favor, tú espera aquí.

Alana asintió, sollozando, no se sentía tan fuerte para hacerlo ella misma. 

Albert caminó de un lado a otro, no podía creerlo, Sylvia se acercó a él.

—¿Estás bien?

Él se alejó de ella, la miró con rabia.

—¡Llegaste demasiado lejos! Solo se trataba de impedir que Finn se casara, eso era todo, ¿Cómo es que ocurrió esto?

La mujer bajó la mirada, negó.

—¡No lo sé! —exclamó desesperada—. Tampoco lo quise, sabes que siempre amé a Finn, hice lo que me pidió tu tío, provoqué que esa mujer lo dejará en el altar plantado, pero él la siguió con desesperación, luego, lo arrollaron.

Demetrius salió de ahí, se acercó a Albert Preston.

—Esto no puede ser real, ¡No puede! Hay un error, algo no está bien, ese auto estaba estacionado, pudo haber seguido sin arrollar a Finn, pero se lanzó contra él, ¡Buscaré quien es! No descansaré hasta refundirlo en la cárcel.

—¡¿Y si fue Marina Hall?! —exclamó Sylvia

—¿Qué dices? —exclamó Demetrius—. ¡No fue ella! Esa mujer es historia pasada en nuestra vida, no quiero volver a escuchar su nombre, nunca más. 

Demetrius y Albert fueron a la comisaría, mientras Sylvia prometió cuidar a Alana y llevarla a la mansión Vincent.

A penas se fueron, la mujer llamó por teléfono.

—¿Señor Kevin?

—¿Qué es lo que quieres?

—¿Usted mató a Finnlay Preston? —preguntó con voz temblorosa. 

—¿Así que al fin ese bastardo está muerto? Me alegro, ahora mi Albert será el único heredero de la fortuna Preston. 

—¡¿Cómo pudo hacerlo?! Buscarán al chofer, ¡Lo refundirán en prisión!

El hombre siseó con malicia.

—Silencio, niña, no pasará, tengo todo bajo control, pero si dices una sola palabra podrías hacer compañía a tu querido Finn.

El hombre colgó la llamada, la dejó helada, sintiendo un miedo terrible en su interior. 

Demetrius y Albert llegaron a la estación de policía, pronto llegó el abogado, cuando recibieron esa cruel noticia se sintieron destrozados.

—El conductor del auto sufrió un accidente después de ese incidente, al parecer el auto no llevaba frenos, y el hombre acabó con su vida.

Las manos de Demetrius se volvieron un puño de rabia, no había justicia, Finn murió y no había a nadie a quien reclamar.

Salieron de ese lugar.

—¿Estás feliz? ¡Ahora eres el único heredero! Peleaste por tu fortuna tanto tiempo, ahora ya no tienes con quien pelear.

Albert le miró impactado de sus crueles palabras.

—Yo jamás quise esto, nunca quise iniciar una guerra, fue mi padre.

—Tu padre era un demente que me envió lejos de mi madre, luego hizo ese tonto testamento hundiendo a dos hermanos en el odio, todo ha terminado.

—Yo no quise su muerte, Demetrius, no lo quise.

Demetrius se detuvo y lo miró fijamente

—Solo tú y tu conciencia lo saben.

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