Capítulo 4

Sylvie se prepara para salir a la universidad, pero su madre la detiene antes de que se vaya sin desayunar.

—Hija, ¿no comerás?

—Desde anoche no tengo apetito, así que no, no comeré.

—Pero mi amor, no puedes irte así, son tus exámenes y…

—Madre, no lo hagas —levanta una mano en señal de advertencia para que no siga hablando—, no me vas a contentar con panqueques con chocolate y crema ni malteada de frutilla —Sylvie toma las llaves de su coche y le da una última mirada a su madre—. Ahora me voy, quiero llegar temprano.

—Si no te quedarás, al menos deja contarte algo —Sylvie rueda los ojos y se voltea a ver a su madre—, Orson Moreau llamó y me pidió que te avisara que su hijo te quiere ver, hoy.

—Dile que estaré libre para las seis de la tarde —la voz le sale sin emoción, como si se tratara de una transacción para ella—, si es que está despierto a esa hora, que me vea en el café cerca de la oficina de papá y dile que me gusta la puntualidad, si a las seis y cinco no llega, me voy.

—Sylvie, deja esa intransigencia, hija por favor.

—Me lo dice la mujer que me obligó a aceptar un matrimonio por conveniencia.

Sylvie sale de allí sin decir nada más y se va directo a su auto, al parecer ese sería un día bastante pesado.

Al llegar a la universidad deja todo de lado y se concentra en lo que debe hacer. Terminando esos exámenes quedará libre para hacer lo que quiera con su tiempo, aunque su idea había sido irse de vacaciones a España, ahora las cosas cambiarían un poco, pero bien podía irse al viñedo, otra buena opción para escapar de la ciudad.

El día se le pasa entre ir de un lado a otro dentro del campus, se toma media hora para comer y luego se va a estudiar un poco más para el último examen de la jornada a un lugar tranquilo, sin tanta gente cerca, solo allí se permite pensar un minuto qué puede ser lo que Ilhan quiere hablar con ella.

Del otro lado de la ciudad, Ilhan está almorzando con su amigo Claude, quien lo mira aún con la boca abierta por aquel matrimonio que le han puesto por delante y que el ha terminado aceptando.

—¿Quieres decir algo o al menos quitar esa cara de idiota? —le dice con un gruñido y Claude se remueve en su asiento.

—Lo siento, mi amigo, pero es que en verdad no me lo puedo creer, definitivamente tu familia es tremenda.

—Solo mi padre, mi madre no tiene nada que ver. Y te recuerdo que esto es por tu culpa, si me hubieses hecho caso aquella noche, nada de esto estaría pasa pasando.

—Lo dudo, por lo que me cuentas, tu padre ya tenía todas las intenciones de venderte a los Durand.

—Pero lo que no sabe, es que usaré eso a mi favor, solo espero que la princesita me ayude.

—Pero no se te ocurra decirle princesa otra vez cuando la veas, sino quién sabe lo que te lanza —el teléfono de Ilhan suena, ve que es un mensaje de su padre y sonríe.

—Mi futura esposa accedió a que nos veamos —dice con cierto sarcasmo en su tono de voz—, debo estar a las seis en el lugar que eligió.

—Deberías llevarle unas flores.

—Mejor que eso, le llevaré el anillo de compromiso.

—¿El de tu abuela? —pregunta su amigo sorprendido.

—¡¿Estás loco?! Ese solo es para la mujer que realmente ame y me case con ella.

—Bueno, en el centro comercial hay uno de estos expendedores de anillos de fantasía, de esos que las niñas piden a sus padres —los dos se ríen, pero Ilhan niega poniéndose de pie para pagar la cuenta.

—No, Claude, compraré un anillo sencillo, pero digno de la heredera de los Durand, tengo que impresionar a esa bruja para que me ayude.

Ambos amigos se despiden, cada uno toma su propio camino, Ilhan se va a su departamento, comienza a mirarlo por todos lados y se dice mentalmente que deberá darle algunos toques hogareños para recibir a su esposa.

—Ay, Dios, estoy muerto.

Se quita la ropa, se queda solo en bóxer y se va a su gimnasio personal, en donde se coloca las vendas en las manos, para luego darle al saco de box por algún tiempo. Al terminar, se va a la cocina para beber agua y sin dejar de pensar en que tal vez deba hacer muchos arreglos, pero si Sylvie acepta ayudarlo, valdrán la pena.

Se mete a la ducha, se coloca un pantalón de traje de color negro, una camisa blanca, sin corbata y que deja ver aquel cuerpo que se preocupa de mantener bien.

La verdad es que no se le nota mucho la edad, porque desde hace unos años se preocupa de su aspecto y su cuerpo, no le gusta que la edad lo haga ver vulnerable ni como un hombre sin experiencia.

Ve la hora, puede llegar en unos veinte minutos a dónde Sylvie lo citó y decide irse antes de tiempo, porque quiere verla llegar, necesita estudiar a la niña de papi.

Se sube a su Audi A7, el único lujo que se permitió darse con la herencia, y conduce hasta la cafetería, se queda allí observando por dónde la señorita Durand llegará, imaginando que seguro llegará vestida con un vestido digno de su estatus, como cualquiera de las chicas de la alta sociedad de Metz. Lo que no entiende es que lo citara en un lugar tan normal como ese, pero no es momento para analizar demasiado.

Cuando faltan veinte minutos, ve a una chica bajarse de un auto de lo más común entre la clase media, con el cabello suelto, de jeans sencillos, zapatillas de lona, sudadera ancha, mochila y un par de libros entre las manos, hasta que observa mejor y se da cuenta que es ella.

—No puede ser, ella no es de este mundo.

La ve abrir con dificultad una de las puertas, nadie la ayuda y se ríe, porque si fuera vestida de otra forma, como el atuendo que usó la noche anterior, probablemente todos habrían corrido a ayudarla.

Se baja apresurado y entra por la otra puerta del local, la ve caminar a paso decidido a un rincón del lugar, como si quisiera esconderse, deja sus cosas en una de las sillas, busca algo en su mochila y saca un estuche pequeño, desde donde extrae unos anteojos.

—Que alguien me dé un tiro… me casaré con una nerd en toda regla. Definitivamente esa mujer no es de este mundo.

La ve abrir unos de los libros, marcar un par de cosas y luego verifica la hora en su reloj, él hace lo mismo y ve que faltan diez minutos, pero ella ya parece algo desesperada y prefiere no hacerla esperar, para no quedar mal porque la necesita.

Camina hacia ella con paso seguro, se para a su lado y le extiende la mano.

—Es un gusto verla de nuevo, señorita Durand.

—Por favor, llámame Sylvie, no ser vería bien que mi prometido me llame así —ella le da la mano e Ilhan sonríe la notar el sarcasmo en su voz—. ¿Para qué querías verme?

—Al grano, no te gusta perder el tiempo.

—No en época de exámenes.

—Entiendo… bueno, solo quería hablar contigo sobre nuestro matrimonio, ya que ambos estamos de acuerdo en que no lo queremos.

—No, no lo quiero, pero lo acepté de todas maneras, porque tal vez me beneficie en un par de cosas —deja los libros a un lado, se quita los anteojos y sonríe llamando la atención de un mesero, pero este no le presta atención.

—Deberías vestir como una de las chicas de nuestro círculo, eso llamaría la atención por sí solo.

—Lo detesto, además con tacones no puedes correr por el campus si las clases se atrasan o adelantan.

Ilhan llama al mesero, quien se acerca de inmediato al ver su vestimenta y haciéndolo parecer importante. Tras tomar su pedido, Ilhan la mira con la misma intensidad de la noche anterior, porque Sylvie en verdad es una joya entre aquel grupo de millonarios superficiales y amantes de las apariencias, porque ella era todo lo contrario.

—¿Y bien? —insiste ella.

—Quiero proponerte un trato, solo entre los dos, nuestro propio trato, fuera de aquel que nuestros padres nos quieren imponer.

—Bien, Ilhan Moreau… soy toda oídos y espero que sea una buena propuesta, porque yo también tengo la mía.

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