El auto se adentró en una zona poco transitada, deteniéndose frente a un viejo cuartel donde se llevaban a cabo todo tipo de atrocidades. El olor a moho en el interior lo hizo asquearse, sus finos zapatos ensuciándose con la mugre del suelo. Un hombre regordete salió a recibirlo, se decían muchas cosas del hombre que sonrió mostrando sus dientes amarillos a causa del cigarro, una de ellas que era la escoria de Atenas. Un distribuidor de sustancias ilícitas, acusado de trata de blancas y por ser un sicario para los grandes empresarios de la ciudad. Un secreto a voces.
La policía llevaba años buscando pruebas contra él pero este se encargaba de no dejar rastro alguno, silenciando a los que podrían traicionarle.
—Pensé que no vendrías, que te habías acobardado —le dijo al hombre que desde hace unos meses lo buscó para eliminar a alguien que consideraba un "pez gordo"
—No soy un cobarde —se molestó y miró por sobre su hombro —¿dónde están tus hombres?
—En espera de noticias.
—Lo hará