Capitulo 6

Después de dejar la comida en el cuarto de mi esposo y de tomarme el tiempo para revisar que su fiebre no esté muy alta, volvi a bajar en dirección hacia el comedor.

Para mi sorpresa al llegar me topé con que no solamente degustaremos los dos platos principales del almuerzo, ya que encima de la mesa logre divisar dos platos más. Uno de esos platos abundante de frutas y el otro con algunos panes que para mí desgracia no eran de chocolate, eran de arequipe.

Un día muy triste para mí, para ser sinceros.

Igual no me disgusta el pan de arequipe.

—¿Así es como te suele gustar comer? —Pregunte a Raphael al verlo llegar hasta con dos vasos de jugos, algo extraño para mí. Ya que no veía necesario tomar jugo cuando ya teníamos café.

—Si. En especial en los almuerzos. Lo único es que tengo la costumbre de siempre tomar algo caliente y frío, ya que me gusta el café en cada comida. Pero no me gusta comer comida caliente y tomar una bebida caliente a la vez. Así que suelo sumar agua o jugo.

—Vaya... En verdad eres algo exigente con las comidas, en tal caso.

—No mucho. Solo tengo esa mala manía. —Me senté en mi respectiva silla, viendo como el hombre terminaba de acomodar los platos y se sentaba justo a un lado de mi. —Buen provecho.

—Igualmente.

Y después de esas breves palabras comenzamos a comer, fue al menos un minuto de silencio que hasta se llegó a tornar incómodo. O al menos así lo sentí de mi parte, ya que mi cabeza solo se carcomia cada vez más al recordar como el hombre me llamo querida.

Rogaba por que uno de los dos diga algo. Algo que me haga olvidar ese vergonzoso momento que me llevo a tener los dedos de una de mis manos con quemadas.

—¿Desde cuándo cocinas, Idalia? —Que alivio.

—Desde los 12 años, me enseñó una sirvienta de casa. —Tome el pollo con mi mano buena, comenzando a comer con tranquilidad. Disfrutando de la sensación crujiente y jugosa en mi boca. —Me gustaba más que tejer o coser. Así que con el tiempo al ver qué me iba bien, le fui agarrando amor a la cocina.

Trate de ser lo más concisa posible, a pesar de que parecía que el hombre al frente de mi deseaba que le cuente más al respecto. Pero veía difícil que entienda que amo la cocina por su versatilidad, por que toda combinación te puede sorprender enormemente sin que lo esperes.

Que amo la cocina por su dulzura, por esa calidez a pesar de que llega a quemarme. Por los deliciosos postres que logro preparar y la emoción que regocija mi corazón al ver que alguien más disfruta mi comida.

Así como disfruto verlo comer, porque goza mi comida como si nunca hubiera probado un manjar igual.

—¿Y nunca has querido trabajar de ello? Como los panaderos al vender pan, o tener tu propio restaurante.

Una carcajada escapó de mis labios ante la ironía de esas palabras.

Era ridículo pensar que siquiera una mujer podría ser capaz de montar un restaurante por sí sola, era una idea completamente estúpida. O al menos, lo es en mi mundo.

En serio, me pregunto: ¿En qué mundo vive este hombre?

Porque en su mundo ni siquiera parece entender el por qué de mis risas.

—Raphael, eso es ridiculo.

—¿Por que sería ridículo? No entiendo. Creo que te Lomitas mucho a todas las posibilidades que te ofrece el mundo.

—No puedo hacer eso. Nosotras no podemos hacer eso.

—¿Ustedes?

—Claro que no. ¿Desde cuándo tenemos la oportunidad de ser algo más allá de esposas y madres? Es ridiculo.

El silencio de su parte me hizo entender que esa frase fue más que suficiente para hacerlo entender de inmediato. Después de todo, fui muy concisa.

Y podrá doler. Pero es cierto.

Gran parte de mi vida solo me conforme en cocinar a mi familia o a mi esposo. Soporte el hecho en que mi amor por la cocina no traspasaría más allá que la puerta de mi propio hogar.

Di por hecho ello y simplemente vivía mi día a día tratando de no pensar. Intentando de olvidar que hasta yo tengo sueños, que yo no deseaba casarme a los 15 años y mucho menos que después de eso tener que vivir 6 años encerrada bajo el mandato de un hombre que no me ama.

Donde la única escapatoria a todo eso, era la cocina.

Y claro que soñaba con haber llegado más lejos. Con que mis platos llegarán a más personas.

Pero era una esposa.

Era la mujer de ese hombre enfermo que está allá arriba, postrado en una cama.

Yo no tenía ese derecho, no soy poseedora de la oportunidad de elegir.

Ya que alguien más siempre lo hacía por mi.

—Yo vengo de una ciudad en donde conozco a varias mujeres con sus propios negocios. Miles de mujeres que dejaron de ser esposas o madres solo para ser ellas mismas, vivir sus vidas a su gusto. Existen doctoras, abogadas, hasta maestras. Conozco incluso a una mujer que tiene su propia empresa. ¿Por que tu no podrías tener ese restaurante que tanto anhelas? Cocinas exquisito, tienes la cualidad más importante para poder iniciar ese sueño. Y ni hablar de la inteligencia e ingenio, la parte más importante para que una mujer pueda iniciar su negocio. Y no puedes decirme que careces de esas cualidades, porque todas las ancianas hablan de tu ajo en polvo. —Y al final, impresionantemente la que terminó por ser callada fui yo.

La noticia de que si existían mujeres que lograron algo, así me deslumbró. Me devolvió una esperanza que creía perdida.

O al menos la devolvió momentáneamente. Ya que el recuerdo de cierto hombre en mi vida me hizo retroceder de nuevo.

Y si, ese hombre era mi esposo. Ya que según el mismo Raphael, poseo las cualidades de lograr eso que tanto deseo, pero no es tan sencillo como tener esas cualidades. Hay... Otros factores.

No contaba con el dinero, mucho menos con la capacidad de poder elegir hacerlo. Lo único que debía hacer era cocinar y... "Acostarme" con el hasta lograr darle un hijo.

Pero si no lo he logrado en seis años, no creo lograrlo ahora.

Y eso solo aseguraba más años teniendo que vivir bajo el yugo de ese hombre, bajo su sufrimiento, sus maltratos e humillaciones hasta que un día finalmente se canse de mi y me tire a mi suerte para buscarse otra mujer que si sea capaz de darle un hijo; o que le dé una mayor satisfacción en la cama.

Y hasta Raphael se dio de cuenta de esa frustración. Su mano acariciando mi mejilla era un confort que trato de darme en una simple acción.

Pero en verdad lo logro con la mención de unas cortas palabras que llegaron a mi corazón y que de inmediato me hicieron adorar a este hombre con toda la fuerza de mi ser.

Y es que... ¿Como no adorarlo?

Es difícil no hacerlo, en especial después de que sus labios soltaron ese magnífico.

"Yo te ayudaré a lograrlo"

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