¡No dejaremos piedra sin remover!

Después de un par de horas, Simon regresó a casa, su cuerpo emanaba un aroma varonil y su cabello lucía como si hubiera estado atrapado en un vendaval. Con una sonrisa juguetona, agarró unas bolsas de compras que descansaban sobre la mesa, repletas de prendas femeninas. Con una sonrisa traviesa, las levantó y se dirigió a su habitación, decidido a refrescarse.

Emma, sumida en un libro, alzó la vista al sentir su presencia. Simon, al dejar las bolsas a un lado, murmuró: "Espero que te guste lo que hay dentro". Antes de poder preguntar, Simon ya se encaminaba al baño, dejando a Emma intrigada, ¿ enserio se va a bañar aca? ¿ no hay más baños en esta casa?, tomó las bolsas y comenzó a revisar la ropa, venían dos vestidos de algodon, lo que le fascino, uno era blanco con ramitos de rosas rojas de apariencia primaveral, otro de color verde esmeralda, unas poleras y dos jeans talla cuarenta, esto la sorprendió por que no entendia como la secretaria de simon sabia su talla, también venían cuatro balerinas, unas eran rojas en talla treinta y nueve y otra treinta y ocho las otras balerinas eran negras y venían en las mismas tallas, esto también le asombro por que su talla era treinta y ocho, así que pensó que la secretaria debía ser una señora muy competente como para saber sus tallas, venían cinco juegos de ropa interior de encaje y Emma se sintio avergonzada, ya que le pareció muy sexy para ella, pero agradeció por qué era su talla.

Al salir del baño, Simon, envuelto solo en una toalla que dejaba al descubierto su tonificado torso, encontró a Emma frente a él, luchando por ajustar la parte superior de su vestido. Su respiración se volvió más profunda por un instante.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Simon, su tono sugestivamente casual, mientras Emma, consciente de su vulnerabilidad, intentaba cubrirse.

—Podrías... pero no mires —respondió Emma, su voz temblorosa denotando su incomodidad.

—Haré mi mejor esfuerzo, aunque el encaje que llevas puesto te sienta increíblemente bien —replicó Simon, una sonrisa juguetona bailando en sus labios.

—¡Simon! ¿No tienes límites? —exclamó Emma, sus mejillas ardiendo.

—Claro que sí, pero si no miro, ¿cómo voy a ayudarte de manera adecuada? —respondió Simon, disfrutando del juego de seducción que se estaba desarrollando entre ellos.

—Apúrate, por favor —murmuró Emma con un tono ansioso. Tan pronto como Simon logró ajustar el cierre, ella giró lentamente sobre sus talones, manteniéndose cerca de la cama. Sin embargo, al encontrarse con la figura casi desnuda de Simon, con su cabello todavía húmedo, su respiración se volvió irregular. En un movimiento torpe, Emma tropezó, haciendo que la toalla de Simon cediera y revelara más de lo que ambos habían anticipado.

Con rapidez, Simon tomó su toalla y, con gesto apresurado, abandonó la habitación, apoyando su espalda contra la puerta mientras intentaba recuperar el aliento y procesar lo que acababa de suceder. Emma, por su parte, se quedó momentáneamente paralizada, procesando la situación que acababa de ocurrir.

Desde su posición, Emma se sentía como si estuviera en un torbellino de emociones, era algo muy exitante y nuevo. Aunque carecía de experiencia en situaciones similares, no pudo evitar notar la figura atlética de Simon. Su mente divagó, preguntándose sobre su edad y cómo había logrado mantenerse en tan buena forma.

Mientras Anita transitaba con una bandeja de comida destinada a Jackie, se detuvo al notar a Simon, claramente desorientado, apoyado contra la puerta de la habitación.

—¿Todo está bien? —indagó Anita con una nota de preocupación en su voz.

—No es nada grave —respondió Simon con cierta incomodidad—. Anita, ¿podrías traerme algo de ropa de mi habitación? Me dirigiré al despacho; voy a una consulta médica.

—Por supuesto, ahora mismo se la llevaré —aseguró Anita, apresurándose a cumplir con la solicitud.

Simon ascendió las escaleras con determinación, manteniendo la toalla firmemente sujeta alrededor de su cintura, evitando el contacto visual con cualquiera en su camino, al entrar al despacho lo primero que hizo fue encender un cigarrillo que saco del cajon del escritorio. Mientras tanto, Anita, tras tocar suavemente la puerta, entró en la habitación y ayudó a Emma a probarse las balerinas rojas. Encajaban perfectamente en sus pies ya desinflamados. Al ponerse de pie con esfuerzo, Anita pudo apreciar la deslumbrante presencia de Emma, quien parecía sacada de una elegante portada de revista. Era evidente que su jefe estaba impresionado; nunca había invitado a nadie a su hogar, y mucho menos alguien que ocupara su espacio más íntimo. Se preguntaba internamente quién sería ella y de dónde habría surgido. Sin más preámbulos, La mujer elogió a Emma, comparándola con la frescura de la primavera. Emma, sonriente, se acomodó en la cama, aguardando la siguiente acción de Simon.

Más tarde, Anita tocó la puerta del despacho envuelto en humo, ingresando con la ropa solicitada y recolectando algunos utensilios desordenados que yacían por el suelo.

—Es una joven impresionante; felicidades —comentó a su jefe con una sonrisa.

Simon, sintiéndose algo incómodo con el comentario, optó por el silencio. Cerró la puerta tras la partida de Anita, se vistió con rapidez y se aplicó un poco de cera para peinar su cabello en el baño. Sin pronunciar una palabra, regresó a la habitación y, sin vacilar, tomó a Emma en sus brazos y la llevo al vehiculo donde lo esperaba Luis con la puerta abierta.

Durante el trayecto hacia la clínica, reinaba un silencio sepulcral entre ellos. Mientras Emma se perdía en sus pensamientos, observando el paisaje a través de la ventana y reflexionando sobre el largo camino que la había llevado hasta ese punto, escapando de la persona más ruin que pudo conocer en su vida, haciendola sentir sucia e impura.

Simon estaba sumido en sus propios pensamientos. Su mente divagaba, especialmente centrada en lo impresionante que lucía Emma con ese vestido, su mente divagaba peligrosamente. No podía evitar robarle discretas miradas a las piernas esculpidas de Emma, que parecían interminables bajo el elegante vestido que llevaba.

Al llegar a la clínica, un alivio momentáneo se apoderó de Simon al ver a un joven que aguardaba con una silla de ruedas ¡su espalda al fin descansaria!.

—¿Señor Valencia? —indagó el joven, dirigiendo su mirada hacia Simon.

—Sí —respondió Simon con un gesto afirmativo, abriendo la puerta del vehículo y ayudando a Emma a acomodarse en la silla con cuidado, sosteniéndola con un tacto firme pero delicado. Despejando su mente por un momento para asegurarse de que todo estuviera en orden.

Al empujar la silla, Simon miraba todas las salas que pasaban lentamente por su costado, él nunca se permitia enfermar, desconocia completamente esa clase de lugares a excepción del hospital del cancer, Emma miraba con cariño la expresión de curiosidad en sus ojitos celestes, era como un niño.

Se encaminaron hacia la sala del Dr. Arriagada. Al cruzar el umbral, se encontraron con el doctor, quien estaba acompañado por un joven de aspecto inteligente.

—Señores Valencia, pasen, por favor. Permítanme presentarles a mi asistente, Javier —dijo el doctor extendiendo su mano en un gesto cordial.

Simon correspondió al saludo, y con una leve inclinación de cabeza, reconoció al asistente. Sin perder tiempo, ayudó a Emma a subir a la camilla, donde el doctor dirigió su atención a ella.

—Entonces, ¿cómo se siente hoy, señora Emma? —inquirió el doctor, ajustando sus guantes con meticulosidad.

—Mucho mejor. Puedo soportar mi peso y la hinchazón ha disminuido considerablemente —respondió Emma, mostrando un atisbo de alivio.

El doctor Arriagada, tras observar el tobillo, arqueó una ceja, evidentemente sorprendido. Los ojos del asistente, Javier, también reflejaron asombro.

—Javier, ¿qué te sugiere esto? —preguntó el doctor, con su voz cargada de interés.

Javier tomó un momento antes de responder: —Por lo que hemos conversado, diría que se trata de un esguince. Pero, para estar seguros, unas ecografías nos darían más claridad.

El doctor, considerando la opinión de su asistente, se mostró un poco más cauteloso: —Yo optaría por un TAC. Nos proporcionaría una imagen más detallada y podríamos descartar cualquier complicación que se esconda.

Emma, notando la tensión, preguntó con voz temblorosa y cejas entrecerradas: —¿Qué quieren decir con 'algo se esconde'?

El doctor, intentando calmarla, respondió: —Es solo una medida de precaución, señora Emma. Rutinaria, nada más.

Simon, mostrando su preocupación a través del azul profundo de sus ojos y deseo de claridad, intervino: —Vamos a hacer ese TAC. Queremos estar seguros. ¡No dejaremos piedra sin remover!

El intercambio entre el doctor y su asistente fue breve pero cargado de significado. Con un gesto ceremonial, abrieron las puertas hacia un camino incierto, sugiriendo que detrás de esa puerta yacían respuestas que ninguno estaba completamente preparado para enfrentar.

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