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Martiniano levantó los ojos hacia la mujer que tenía delante y observó su larga melena pelirroja recogida en una coleta. Sus ojos se fijaron en la chaqueta, que le colgaba sin forma por los hombros y terminaba casi a medio muslo. Los vaqueros que llevaba parecían haber sido usados durante décadas por personas mucho mayores que ella. Era guapa, pero su ropa era desagradable.

     Algo en la nuca de Martiniano hizo clic, recordándole lo que la mujer había dicho. ¡¿Estaba embarazada de él?! Le entraron ganas de reír. Menuda broma, teniendo en cuenta que nunca había visto a aquella mujer.

    Se echó hacia atrás en la silla y miró fijamente a la mujer.

—¿De qué estás hablando, y por qué sientes la necesidad de molestarme con semejante basura? —. Gruñó guturalmente.

Kiara tragó saliva.

—Esto no es ninguna broma. Te estoy diciendo toda la verdad—, dijo con firmeza.

Martiniano se levantó de la silla y rodeó el escritorio, quedando cara a cara con Kiara.

—¿Te ha enviado Mateo aquí para gastarte esta broma? —, preguntó con firmeza.

    —No conozco a nadie con ese nombre—, exclamó Kiara con frustración.

     —Entonces, ¿cómo coño puedes decir que estás embarazada, si no te he visto nunca? —, siseó con amargura, clavando sus ojos en los de ella.

Kiara jadeó. No se acordaba de ella. ¿Parecía tan horrible en el bar, pensó, o era tan mujeriego que ni siquiera se acordaba de las mujeres con las que se acostaba?

Esto sólo empeoró las cosas.

—Nosotros... Nos conocimos en un bar hace tres meses—, explicó.

Martiniano miró fijamente a la mujer; intentando encontrar trozos de su memoria que la relacionaran con él... Estaba en blanco. Había estado en muchos clubes, se había acostado con muchas mujeres, pero a ésta no la había reconocido. Martiniano hizo una pausa cuando recordó que ella había dicho tres meses atrás. Sólo había estado en un club en los últimos tres meses, y sólo se había acostado con una mujer en ese momento. La mujer de los periódicos con su maquillaje raído. Él había recordado su cara claramente y esta mujer no era ella. Sabía que no intercambiaban nombres ni ninguna otra información personal, pero aquella mujer era una fiera esa noche. Martiniano volvió a mirar a la mujer. Esta mujer era Cenicienta.

     —Mire señorita, no sé a qué juego está jugando, pero no me interesa. ¿Por qué no se hace un favor y se marcha antes de que llame a seguridad?

Kiara se frotó la sien al sentir un dolor de cabeza punzándole el cráneo.

—Nos tropezamos cuando salí del baño. Fuimos al bar y pedimos shots de vodka. Yo llevaba entonces un vestido negro corto y mucho maquillaje—, intentó explicar en un tono más sutil.

Martiniano arrugó la frente al saberlo y sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta.

—¿Tú? —, espetó.

Kiara guardó silencio al ver cómo sus ojos se convertían en oscuras rendijas verdes.

   —¿Tú eres esa mujer? — preguntó.

Kiara tragó saliva y asintió con la cabeza.

Los ojos de Martiniano la recorrieron de la cabeza a los pies, una y otra vez. Se interrumpió y se frotó la nuca. Miró fijamente a Kiara, examinando su rostro. Se le hizo un nudo en la garganta cuando algunos trozos de su memoria volvieron a él. Eran los mismos labios rosados y suaves que tanto le había gustado besar. Sacudió la cabeza mientras intentaba despejarse, con la rabia recorriéndole el cuerpo.

    —Entonces, si eres la misma mujer, ¿cómo puedes afirmar que estás embarazada? Usamos protección—, gruñó.

Levantó una ceja.

—No lo hicimos.

Martiniano se volvió y maldijo por lo bajo. ¡Claro que no! Pero sólo la estaba poniendo a prueba. Sólo había tenido relaciones sexuales sin protección una vez en su vida, y la mujer había quedado embarazada. Ahora, por segunda vez en su vida, no lo había usado y ¡esta mujer también estaba embarazada! ...O eso decía.

    —¿Cómo puedo estar seguro de que ahora no me estás contando una mentira? —. Preguntó con escepticismo. —Mi cara estaba pegada en una revista con la tuya, ¿cómo sé que no planeaste todo eso sólo para conseguir dinero, o estás haciendo esto ahora para conseguir dinero? —, exclamó con fuerza.

    —¡¿Qué?!— siseó Kiara. —Estoy embarazada, y no planeé nada de esto para conseguir dinero. Perdí mi trabajo por lo que pasó esa noche, ¡por el amor de Dios! —, espetó.

Martiniano ignoró hasta la última de sus palabras, empeñado en encontrar las respuestas que buscaba mentalmente.

     —¿Cómo sé siquiera que ese bebé que llevas es mío? —, espetó con gravedad.

    —Porque sí—, exclamó ella. —¡Eres el único con el que me acosté en ese momento y no soy ninguna mentirosa! —, gritó frustrada.

Martiniano enarcó la ceja.

 —Por cierto, ¿por qué estás aquí? —, preguntó.

     —Acabo de decirte que estoy embarazada de ti—, se quejó ella.

     —Eso dices, ¿pero el dinero no es parte de ello? —, preguntó él profundamente.

Kiara suspiró.

—Sólo te lo digo porque pensé que era lo correcto y no puedo criarlo sola—, confesó en voz baja.

Martiniano estudió el rostro de la mujer y supo que le estaba diciendo la verdad. Bueno, al menos esa parte. Aún no sabía si el bebé que supuestamente esperaba era suyo. Era un hombre de negocios rico y exitoso en la ciudad, y cualquier mujer codiciosa aprovecharía la oportunidad para atraparlo. Él, sin embargo, era más sabio que dejarse atrapar. Estaba prometido y ya tenía un hijo, no necesitaba que un error lo arruinara todo. El dinero siempre estaba de por medio y, en este caso, era una buena alternativa.

Martiniano se apoyó en su escritorio y se cruzó de brazos.

      —¿Cuánto dinero quieres para irte y fingir que esto nunca sucedió? —. Mordió con firmeza, una sonrisa de satisfacción formándose en sus labios.

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