Derek.

El abrazo de Ellen aún le quemaba en los brazos, la desesperación de su voz clavada en su pecho como un cuchillo. Derek sabía que no podía permitirse derrumbarse. No ahora. No cuando Nathan dependía de ellos.

Se apartó despacio, acariciando la espalda de Ellen para darle algo de calma, y alzó la vista hacia Alan y los oficiales que aguardaban con semblantes tensos.

—Necesitamos movernos más rápido —dijo, con la voz firme y cortante—. Quiero cada cámara de seguridad pública revisada, no solo en un radio de diez cuadras, sino en toda la ciudad. Quiero controles en aeropuertos, estaciones de tren, terminales de buses. No voy a dejar un solo rincón sin revisar.

Los detectives se miraron entre sí. Estaban acostumbrados a tratar con empresarios arrogantes, pero lo que veían en Derek era otra cosa: un padre decidido a arrasar con todo hasta recuperar a su hijo.

—Señor Winston —habló uno de ellos—, estamos siguiendo los protocolos. Una vez tengamos autorización judicial amplia, podrem