Derek.

Jamás imaginó que la volvería a ver ahí.

No en su oficina. No con esa expresión.

Ellen, plantada frente a su escritorio como una fuerza imparable, con los ojos encendidos y la voz temblando de furia contenida, le pareció tan hermosa como aterradora. No por cómo se veía, sino por todo lo que traía con ella: el pasado, las palabras nunca dichas, las verdades empujadas al fondo durante años.

Y lo que más lo sorprendía… es que no venía a llorar, ni a mendigar comprensión.

Venía a exigir respuestas.

—Quiero que me digas ahora mismo si recibiste las pruebas de ADN. Si las viste. Y si no las viste… ¿Por qué me acusaste de mentir?

Las palabras le golpearon el pecho como un disparo.

Derek parpadeó, atrapado en el impacto de su voz, de su mirada, de su presencia.

Porque hasta hacía apenas unas horas, él vivía con la certeza de que Ellen había mentido. De que lo había manipulado. De que su silencio era una confirmación de su culpa.

Pero ahora…

Ahora la tenía delante, y nada en ella decía