Miranda
—No pudiste evitarlo —espeto, y el muy idiota se cruza de brazos, me mira impasible. De esa manera tan exasperante y espantosa que tiene.
—Toma las cosas necesarias para irnos a casa. Este lugar ya no es tu hogar.
Llevamos discutiendo por horas, o más bien, yo discuto mientras él dice lo mismo una y otra vez como una máquina repetidora. Y eso que no le he dicho que me ha llegado una notificación de desalojo con plazo de un mes y que sólo me quedan dos semanas, porque piensan demoler el lugar. Sólo por eso acepté trabajar para él.
La trabajadora social fue ayer a su apartamento luego de llamar, con media hora de antelación, para avisar que iría para su primera visita «sorpresa». La mujer