Miranda
Dentro del avión Richard sostiene mi mano y limpia mis lágrimas, mientras nuestras dos acompañantes mujeres se mantienen alejadas para que mi preocupación no altere a mis hijos.
Necesito tanto verlo. Ver que está bien y que nada malo le pasará.
Él no contesta a su teléfono, Jeanne tampoco y mis nervios se están volviendo locos.
—Me casé por primera vez a los veinticuatro años —dice Richard, sé que es para servir de distracción—. Su padre era socio de mi abuelo y era mi obligación conservar la línea noble de la que precedo. Su mejor amiga era su amante, vivía a su antojo y derrochaba como loca. Desquiciada por las drogas y el licor. Un día intent&oacu