Pronto, el vehículo llegó frente al hospital. Después de colocar a Walter en la cama de la sala de emergencias, Mariana se preparó para alejarse cuando él apretó fuertemente sus dedos.
Arrugó el ceño y trató de romper su agarre, pero lo encontró difícil de lograr como si estuviera atrapada por una tenaza de hierro. Suspiró y, sin más remedio, se sentó junto a la cama.
—¿Cómo está él, doctor? —preguntó ella, viendo entrar al médico de guardia.
—Nada grave, sólo necesita un suero, y evita comer cosas irritantes en los próximos días —respondió concisamente el doctor.
Simón se fue a buscar medicinas, dejándolos a los dos a solas. Mariana miró a Walter en la cama y sintió un poco de repulsión. Le dio un suave golpecito en el brazo y refunfuñó en voz baja: —No te cuidabas ni en la secundaria, ¿y ahora, sigues igual a los veinte y tantos años? ¡Qué preocupación!
Aunque se quejaba, no pudo evitar suspirar al ver la palidez en el rostro de Walter, llena de inquietud.
Mariana se recostó en el bo