Mariana se sintió un poco triste al escuchar las palabras de Catalina.
Por miedo a preocupar a su familia y ser reprendida por ser imprudente, no les había contado que había arriesgado su vida para salvar a Walter durante el secuestro.
Mariana bajó la cabeza, sumida en un profundo silencio.
El médico la examinó y dijo que no tenía nada grave. Solo debía observarse durante dos días y luego podría ser dada de alta.
Catalina despidió al médico, y Mariana dijo: —Mamá, quiero comer empanadillas.
—Aún piensas en comer —dijo Tobías, dándole un golpecito en la cabeza.
Mariana se rio: —Papá, acompáñame a casa con mamá para que me hagan empanadillas. Quiero que lleven más carne.
Tobías acarició la cabeza de Mariana con el corazón encogido y dijo: —Vaya, ya son las ocho de la noche y aún quieres que te hagamos empanadillas.
—No piensas en lo que nos haces pasar —resopló.
Mariana hizo una mueca: —Entonces, ¿me las harán o no?
—¡Claro que sí! ¿Cómo no? —Tobías pensó que poder hacer empanadillas par