—¿Me estás amenazando? —preguntó Walter, con una expresión de incredulidad en su rostro.
Mariana se irguió y lo miró sin miedo. —Claro que no, lo juro.
Incluso si así fuera, ¿cómo podría admitir frente a Walter que lo estaba amenazando? Sólo si estuviera loca.
El rostro de Walter se oscureció de inmediato, como un volcán a punto de estallar. De repente, soltó una risa fría, se levantó y arrojó con fuerza un grueso fajo de papeles sobre la mesa.
—Señorita Chávez, esta es la cuenta de las pérdidas de la empresa. Espero que las pagues a tiempo, de lo contrario, ¡nos veremos en los tribunales!
Mariana frunció el ceño, tomó los papeles y los hojeó casualmente, antes de abrir los ojos de par en par.
¿Ese tipo estaba loco? ¡Incluso incluía las pérdidas del desayuno y almuerzo de los empleados por no presentarse a trabajar!
¡Él era demasiado tacaño!
En la llamada de la mañana, Yahir había intentado consolarla diciendo: —Piensa en esto: al fin y al cabo, yo soy un extraño, pero tú sigues siendo