Mariana se cambió rápidamente y se dirigió al hospital.
Al llegar, se cruzó con Walter, quien estaba al teléfono. Sus ojos estaban rojos, resultado del agotamiento; tan absorto estaba que ni siquiera la notó pasar a su lado.
Él estaba de pie en la parte superior del pasillo, con la intensa luz del mediodía cayendo sobre él, como si intentara atravesarlo.
Se frotó la frente con una mano y luego la colocó sobre su estómago.
Mariana lo observó durante un buen rato, sin haberlo visto nunca tan abatido.
Suspiró y se giró en dirección a la sala de urgencias.
Abril estaba sentada en un banco, con las manos fuertemente entrelazadas. No había rastro de Agustín.
—Tía —llamó Mariana.
Al ver a Mariana, Abril se echó a llorar de inmediato. —¡Mari!
—¿Qué le pasa a la abuela? —preguntó Mariana a Abril.
—La abuela siempre ha estado enferma. Hoy, al despertar, vio las noticias sobre Grupo Guzmán y se preocupó tanto que… en un momento, su corazón no pudo soportarlo.
Abril seguía llorando, y su voz se qu