El hombre le agarró la muñeca. No la apartó, pero su fuerza le impedía cerrar la garra con facilidad. Ava suspiró, levantando la mirada con sus ojos acuosos como una cierva. Esa vez no estaba fingiendo; no podía resistirse al poder, no podía resistirse a ese hombre que podía dominar cualquier situación.
—¿Estás disfrutando esto? —Sebastián dejó escapar una risa sorprendida, mirando hacia abajo, al rostro aparentemente inocente de ella. Finalmente, por primera vez en la noche, un brillo apareció en sus ojos que indicaba que seguía vivo y... casi interesado en ella.
—Por supuesto... —Ava se mordió los labios, haciendo que su voz sonara casi tímida—. Siempre he querido entregarme a ti. Soy tu esposa, ¿recuerdas?
El hombre se giró de repente, presionando a Ava contra la pared con su muñeca clavada junto a su oreja, ya no sobre él.
—Pensé que querías decir que estabas disfrutando el hecho de que finalmente puedes quitarte la máscara de inocencia que has estado usando todos estos años.
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