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Elegida por el Jeque
Elegida por el Jeque
Por: Isabella
Capítulo 1. Encuentro

.Capítulo 1.

Encuentro.

Agitada, corriendo por las calles, con el tiempo sobre ella y los minutos corriendo, va tarde y su desesperación se vuelve más evidente. ¿Si no llega? Si no llega, será una catástrofe, otro castigo, mucho más encierro. ¿A qué costo? Aunque está cansada, sabe las consecuencias de lo que significa ser descubierta, no solo para ella, para su madre, para su abuela. La ansiedad la ciega, la necesidad de llegar la limita a concentrarse solo en llegar, sin notar el camino o lo que hay a su alrededor. Al intentar pasar una vez más la calle, Amira no nota la caravana de autos que viene hacia ella, rápido, sin detenerse, solo un fuerte estruendo, el solo del rechinar de las ruedas al deslizarse por el asfalto, y la luz cegadora de los faros del auto la detiene.

El corazón de Amira se detiene unos segundos; se ve emboscada por el auto que se detiene frente a sus pies. Agita, asustada, ella, paralizada, se apoya del capó del auto y mira hacia el interior del vehículo. Ahí está él, un hombre de vestir elegante; en el asiento trasero del auto, la mira fijamente. Su expresión es de asombro, en shock. Sus miradas se encuentran ignorando al resto que los rodea, esa conexión, esa sensación eléctrica, el vaivén de su pecho se nivela con el de su corazón, impaciente, ansioso.

Él sale del auto y ella puede verlo con más claridad: hombre de 1,90 cm de alto, tez clara, ojos color café, labios gruesos y atractivos, mirada profunda y nariz respingada, vestir elegante, guapo, puede notarlo pese al kufiya que cubre parte de su rostro. Acuerpado, hermoso, dios griego, de labios rojos naturales que la hechiza.

Ella, hermosa, de 1,85 cm de alto, tez clara, de ojos azules como el cielo, una belleza inigualable, de labios finos, mejillas rojas y nariz respingada, cubierta completamente con su Kabyle azul con negro que le da brillo a su rostro que lo hechiza.

Ella lo mira, asustada, notando a los hombres que se aproximan. María retrocede, los ve un poco agitada y corre, corre sin detenerse, sin notar que su turbante se ha caído; la fina tela vuela por el aire, siendo atrapada por Ahmed.

—Búsquenla, quiero saber quién es ella, lo quiero saber todo.

—Sí, señor.

La mirada de Ahmed se profundiza, mientras empuña el hiyab azul en su mano derecha.

*

Flashback, 18 años antes.

—Vamos, Amaya, tú puedes, puja, puja, Amaya.

—¡Aaah! Dachira, ayúdame, no puedo.

—Respira, niña Amaya, ya viene, solo un poco más, puja.

Amaya siente morir y solo se aferra al recuerdo de su amado, a quien lleva en su corazón.

—Felipee… —Ese gritó, y el llanto de una bebé se escucha en la habitación, causando conmoción.

—Eres una deshonra, UNA MUJER BAJA AL NOMBRAR A ESE HOMBRE EN ESTA CASA. —Aminal mira a su hija con la peor sensación de todas, asco; la niña de sus ojos se convirtió en la mujer más repudiada ante sus ojos.

En el emirato, una pequeña niña ha nacido, una hermosa bebé con los ojos azules como el mar, tan hermosa que a los ojos de su madre es toda una gema preciosa que brilla en medio de la noche. Para su madre, una gran bendición, pero para su familia, la evidencia de la deshonra; su familia con principios y costumbres muy estrictas se ve manchada con el nacimiento de una pequeña con la marca de la impureza y la traición, una maldición.

Amaya observa a su pequeña descansar en sus brazos, llenando su mundo de una nueva esperanza y orgullo al ser ante sus ojos el fruto de su amor.

—Tu nombre será Amira, porque eres mi princesa soberana; te bendigo con las estrellas y la luna de testigos, eres la muestra de un amor puro.

Las palabras de Amaya causan inquietud. Este nacimiento representa la muestra de un amor, pero también el pecado más grande del Corán. Amaya mantuvo relaciones con un hombre extranjero del cual se enamoró, un amor como ninguno; con tanta pasión se unieron sin ser aceptados por su padre al pertenecer a mundos diferentes. Amaya fue encerrada como castigo de su falta, siendo buscada por tanto tiempo sin éxito por aquel hombre que la amaba con locura, y quien es ajeno a su existencia y la del fruto de su amor.

Ante los principios de su padre, Amaya fue desterrada de su familia y de su casa después de dar a luz, ya que su presencia en ella representaba la deshora y el pecado; su padre no podría tener esa mancha bajo su mismo techo, así que llegó a un acuerdo con su hija: una vida por vida, arrebatándole a su pequeña de tan solo días de nacida.

Creyendo que su pequeña estaría mejor en casa, Amaya no tuvo más remedio que dejarla; sin embargo, ella nunca dejó a su pequeña, siempre la veía a escondidas en las montañas. Desde que Amira cumplió 10 años, su madre la ha buscado, volviéndose una madre presente para ella, llevándola a escondidas a las montañas donde bailan al ritmo de la danza que la unió a su amado Felipe, madre e hija en un ritual de amor a la luz de las estrellas con la esperanza de que algún día puedan volver a estar juntas sin restricciones.

Aminal, su abuelo ha descubierto a Amira bailando la danza en su habitación con un atuendo que para sus ojos es vulgar, lo que ha implementado en Amira múltiples castigos, encerrándola, obligándola a leer el Corán 10 veces o más, dejándola sin comida, castigos que para Amira son insignificantes, ante la dicha que le da ver a su madre, encontrando siempre la manera de escapar de casa para poder ir a verla.

—Camina, eres igual a tu madre, una deshora para mi familia… —Aminal lleva a Amira aterrada arrastrada a la habitación del castigo.

—Abuelo, Abuelo, por favor, no quiero entrar ahí.

— Pues eso debiste pensarlo antes de irrespetarme, jovencita. Aprenderás a comportarte, por Allah que lo harás, pagarás por los pecados de tu madre.

Fin del flashback.

*

Años después.

Amira, como todas las noches, trata de escapar enfrentándose a una noche fría como ninguna otra; su madre con ansias la espera noche a noche. Tras esperar por varias horas, Amira no logra llegar a la hora acordada. Mientras que Amira toma de la bandeja de comida un cuchillo para mantequilla, lo guarda y, cuando su abuela Dachira se lleva la bandeja, espera por más de dos horas hasta que nota que todos están dormidos.

Amira abre la puerta con gran agilidad, saliendo de su casa con su chaqueta y hiyab; va de prisa al encuentro con su madre. Cuando llega a las montañas, la ve sobre el suelo desmayada, la toma entre sus brazos y la reanima, logrando traerla de vuelta. Al verla, Amira se desploma.

—Huiré de casa madre, ya casi tengo 18 años y no pienso seguir en esa casa donde me consideran una deshonra.

—Mi princesa Amira, no tengo un lugar estable a dónde llevarte. Sé que tu abuelo es muy correcto, demandante y te obliga a hacer cosas que no quieres, siempre comparándote con sus otras nietas, pero él nunca te dejará ir, te buscaría hasta en lo más profundo y lejano de los Emiratos. No podemos arriesgarnos a que nos encierren, no es el momento.

—No lo soporto más, madre, tú no hiciste nada malo, ¿Y ellos te juzgan por amar? —exclama frustrada, sintiendo un profundo dolor en cada palabra, como si amar fuera el pecado más grande sobre la tierra misma.

—Las leyes son duras, mi niña, está prohibido casarse con personas fuera del emirato, que no lleven nuestros principios y tradiciones; se respeta cualquier decisión tomada por el monarca, al menos que un alto mando lo apruebe y eso sería un milagro, hija, ningún jeque nos daría su aprobación sabiendo las circunstancias de los hechos.

—Madre, ya no quiero verte sufrir; además, no pienso casarme nunca. Mi abuelo está en busca de esposos para sus nietas, pero no pienso casarme con un hombre al que no amo, no lo haré y no pueden obligarme.

—En los matrimonios arreglados las cosas son diferentes, mi niña, las nuevas leyes te amparan. Ahora puedes conocer a tu prometido, socializar con él, con su familia, conocerse, enamorarse. Tú puedes, mi Amira, te vas a enamorar y cuando lo hagas, todo cambiará.

Amira camina en silencio. Amaya nota la mirada de su hija; ella enfoca las estrellas, su brillo. Anoche pensó que lo vivido fue un sueño; ese hombre no sale de su mente, su rostro, su mirada... El corazón late muy rápido de solo recordarlo.

—Conocí a alguien, mamá.

Amaya se levanta con una mezcla de asombro e incredulidad.

—¿Cómo? ¿De dónde es?

Amira sonríe ligeramente.

—Casi me atropella con su auto.

—¿Qué? ¿Estás bien?

—Lo estoy, mamá, iba corriendo sin mirar y no supe de dónde salió, solo apareció de la nada, pero por suerte logró detenerse a tiempo. Sus hombres de seguridad nos rodeaban, parecía alguien importante, su mirada de ojos color café me enfocó de tal manera que podía sentir como mi piel se erizaba, los latidos de mi corazón aumentando, hermoso, como un ángel, como un sueño. No pude quedarme, iba tarde a casa y temía ser descubierta, lo dejé atrás, mi hiyab cayó y estaba expuesta, no podía detenerme, sentí como sus hombres me seguían, tenía miedo de que me atraparan, pero él no sale de mis pensamientos, soñé con él, madre.

—No puede ser, Amira, qué peligro, cariño, debes tener más cuidado. Ese hombre puede ser un peligro, por favor, Amira, cuídate, cariño, debes volver.

—No, mamá, no quiero dejarte sola.

—Debes hacerlo, ya es muy tarde, temo por ti, cariño.

—Mamá, no puedo dejarte, temo por ti.

—No temas, cariño, yo estaré bien, esperando por ti. Por favor, mi niña, vuelve, y nos veremos mañana.

Ambas se abrazan. Amaya, llena de preocupación, la enfoca, dándole un corto beso en la frente.

—Corre, Amira, regresa.

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