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Capítulo 2. Castigó.

Capítulo 2.

Castigó.

En la colina de Emiratos, Ahmed siente una sensación que nunca había sentido en su vida con ninguna otra mujer que haya conocido, haciéndole imposible concentrarse. No logra sacarla de su mente; aquellos ojos azules como el mar, una ráfaga de emociones cruza por su cuerpo que no le permite notar a su madre entrar al despacho. Jade llega llena de gran preocupación; su hijo no quiso cenar y quería hablar con él un tema que preocupa a la familia. Al entrar, lo ve con inseguridad mientras él observa por la ventana con la mano dentro de los bolsillos de su pantalón, distante, distraído, pensativo, lejos de la realidad a la que ella viene a atraerlo.

—Permiso. —Ella toca, pasando lentamente.— Ahmed, ¿qué te tiene tan distraído, hijo? ¿Por qué no fuiste a cenar?

Ahmed se voltea para verla saliendo de su trance.

—No es nada, madre. —Dice, acercándose a ella para saludarla, dejando un beso suave en su frente.

—Soy tu madre, ¿recuerdas? No creas poder engañarme, te conozco y sé que algo te pasa.

—No tienes de qué preocuparte —dice sentándome en su silla.

— Hijo, mañana viene la familia de Adaya; solo espero que esta vez sí decidas casarte. Eres el jeque de esta familia y aún no unes lazos con las familias del emirato. Ya no eres tan joven, hijo, y debes saber que ya es tiempo.

—Entiendo, si ella es digna de llevar mi apellido, lo haré —responde indiferente.

—Tu padre está impaciente, tus otros hermanos ya tienen esposas y aún tú no estás casado. Necesitas un heredero a quien dejar tu lugar o tus otros hermanos lo harán por ti. No quiero ponerte tanta presión en tus hombros, pero al solo tenerte a ti he llevado la carga y la presión de tu padre. Él quiere nietos de tu parte; ayúdame a liberar esta carga de mis hombros. —Dice su madre, sintiéndose culpable de solo haberlo tenido a él y tener que presionarlo tanto.

—Lo haré —responde sin más, Ahmed mirando la ciudad desde su balcón donde espera que sus hombres hayan encontrado a esa mujer que logró cautivarlo.

—Te amo, cariño. —Jade le da un beso a su hijo en la frente y se retira.

—Yo a ti, madre. Descansa.

Por ser el hombre más poderoso del emirato, la presión recae sobre sus hombros. La condición de herencia es clara: el descendiente mayor toma el poder, pero también con esa decisión vienen las responsabilidades, y formar una familia es una de ellas. Todos sus hermanos tienen esposas e hijos, pero él aún no se decide, y es que en el fondo cree en el destino y el amor verdadero, desea alguien que no solo tenga el título de esposa, quiere a alguien con quién entregarse, sentirse apoyado, pleno, no quiere a cualquiera, la quiere a ella, pues con solo una mirada caló tan adentro que no puede sacarla de su mente. La quiere a ella, cueste lo que cueste la encontrará y la hará su esposa. Concentrado revisando unos documentos, Ahmed recibe la visita de uno de sus hombres de seguridad, que llega un poco agitado sin tocar.

—Lo siento, señor, no quería molestarlo, pero la hemos encontrado.

—¿En contrastes? —pregunta levantándose de golpe.

—Tengo su información aquí, señor. —Dice el hombre enseñarle una carpeta.

—Acércate, déjame verla.

*

En el exterior del castillo.

Horas antes.

Amira corre huyendo de los hombres que la siguen, se mete por varias calles hasta llegar a su casa, se acomoda el hiyab en pasos silenciosos; está muy nerviosa, agitada, creyendo que despistó a los hombres que la seguían. Camina a su habitación y cuando abre la puerta, la voz de su abuelo la detiene en seco.

—Definitivamente, eres la deshonra de esta familia.

— Abuelo, puedo… —Aminal se levanta y le da una fuerte bofetada, dejando su mejilla roja.

—Desde que tu madre te dio a luz, te has vuelto la marcha de la deshora. No quiero ni imaginar qué estás haciendo a estas horas fuera. Eres igual que tu madre, una malagradecida; te hemos acogido y dado techo. Debí echarte con la inmoral de tu madre. No puedo permitir que manches el nombre de mi familia como lo hizo tu madre. Buscaré un esposo para ti y, por tu bien, que no me decepciones porque te juro que, si estás manchada, te encierro en el sótano bajo llave, sin comida y sin agua, hasta que solo queden tus huesos.

—Abuelo, sigo siendo pura, no tenga dudas.

—Por Allah que así sea, Amira, por Allah que tu pureza esté intacta. Ve a leer el Corán 20 veces y, si no te queda grabado, lo repetirás. De aquí no vas a salir hasta que te encuentres un esposo.

—No me casaré.

—¿Qué dijiste? Insolente. —Le levanta la mano y Amira la sostiene.

— Lo que escucho, no me casaré; si desea casarme, será bajo mis condiciones. Pégeme, gríteme, pero no haré nada que no quiera hacer.

—Insolente, DACHIRA, FÁTIMA… —los gritos de Aminal despiertan a todos.

Sus dos esposas aparecen y él las mira con mucho enojo.

—¿Aminal? ¿Qué desea, mi señor?

—Esta niña insolente, me está desafiando. Prepárenla, haré unas llamadas; ella será la primera de mis nietas en casarse.

—Sí, pero bajo mis reglas. —grita Amira mientras su abuela le hace una señal para que guarde silencio. —No bajaré la cabeza, abuela, lo siento, he leído sobre esto y también tengo derechos y los haré valer. Si me quieren casar, lo haré, siempre y cuando sea bajo mis condiciones.

—Allah, Allah, ¿qué pecado he cometido, mi señor? Ayúdame a calmar la insolencia de mi nieta, hazla ver la luz, mi Señor. Yala, Yala, a la habitación de castigo, Yala.

Las dos mujeres la toman de los brazos y la llevan atrás. Amira es la burla de sus primas; todas las ven como si estuviera loca, y solo es por envidia, aunque a muchas les cueste aceptar. Ella es la más hermosa de todas; sus ojos color azul, como los de su padre, resaltan con la mezcla de la belleza de su madre, una inigualable y la única nieta con rasgos perfectos y definidos, la única con un color de ojos deslumbrante, como poco se ve en los Emiratos, una belleza misma que causa polémica y envidia ante muchas, ante su familia.

Encerrada una vez más, Amira lucha por intentar escapar, se niega a casarse con cualquiera, sabe que buscarán el peor candidato; solo quieren deshacerse de ella. Sus gritos, sus súplicas no son escuchados; ahora se reprocha no haber escapado con su madre. Preferiría vivir bajo un puente o en las montañas, si eso le da la libertad que desea, lejos de la opresión que la encadena a la vista que no desea. Quiere la oportunidad de conocer el amor.

*

Amira lee el Corán como su abuelo le dijo; está bajo supervisión de su abuela, quien la vigila y la acompaña. El amanecer da su inicio y Amira toma un baño, se cambia y vuelve a sentarse al lado de su abuela, quien rara vez le habla. Siempre se mantiene distante, pero esta vez sabe dónde estaba su nieta y la intriga le gana.

— Amira, ¿cómo está ella? — La pregunta de su abuela causa impacto en Amira, pues su abuela nunca habla de su madre.

—Está bien, a pesar de que está sufriendo, no sé cómo lo pudiste permitir, abuela, es tu hija.

—Amira, tu madre cometió un pecado, un pecado ante los ojos de Allah.

—¿Amar es un pecado, abuela?

—No, cariño, amar no es un pecado, pero entregarse a un hombre sin casarse sí; tú debes mantenerte pura hasta tu matrimonio. No puedes verte con hombres a solas sin la compañía de tu familia; las reglas del Corán son exactas y debes seguirlas.

—Es mi madre, jamás justificaré su destierro.

—No debes hablar de ella, no lo hagas frente a tu abuelo y mucho menos delante de tu prometido; esto te podría costar tu matrimonio.

—No me importaría si con eso no me caso.

—Huyes tanto del matrimonio, Amira, estar casada no es como lo piensas. No te dejes llevar por la ira y date la oportunidad de experimentar algo nuevo, algo muy bonito. Siguiendo las leyes del Corán encontrarás un buen esposo, que siga las tradiciones de nuestro Corán.

Amira la enfoca con seriedad.

—Abuela, ¿eres feliz?

La mujer se sorprende por su pregunta, a la que sin duda le tiene respuesta.

—Por supuesto, cariño.

—¿Aunque Abba tenga otra esposa? —Dachira se queda en silencio, dándole la respuesta que Amira ya sabía.

—Sí, ella… —Ambas son interrumpidas por Zoraida, una de las nietas de Aminal.

—Mamá Dachira, en la sala hay varios hombres muy elegantes y Aba se encerró con un hombre en el estudio; ahora salen y de inmediato piden su presencia inmediata en la sala.

—Por Allah, ¿qué estará pasando?

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