En la casa de Galilea, la mujer seguía rogando hasta que Joseph la dejó ir.
Él la agarró por la muñeca, con voz grave.
—¿Estás embarazada y aún no te comportas? —preguntó, reprochándole.
Galilea se apoyó en su pecho, su voz era suave y un poco coqueta.
—Es que no quería que te sintieras mal.
Joseph se rio un poco y le pellizcó la mejilla.
—Creo que lo que pasa es que estás celosa.
Galilea suspiró y apartó la mirada, con tono amargo.
—¿Vas a dejarme a mí y a tu hijo para casarte con otra mujer? ¿No se supone que debería estar celosa?
El semblante de Joseph cambió por un momento. Soltó su muñeca y, desde lo alto, miró a la mujer en la cama seriamente.
—Galilea, mientras no hagas un escándalo frente a Elo, puedo consentirte todo lo que te de la gana. Pero si haces en cambio que todo esto llegue a sus oídos...
La cara de Galilea cambió un poco. No esperaba que Joseph fuera tan firme, incluso con ella estando embarazada.
Pero ella llevaba un año a su lado, y su principal virtud era saber ad