Sam se quedó dormida después de tanto llorar. Se despertó más tarde de lo regular y su reflejo en el espejo era espantoso, por lo menos podría cubrirlo con su velo. Temía salir y ver a Arthur, pero al mismo tiempo quería tenerlo en frente, abrazarlo y explicarle por qué huyó de su esposo.
Salió cabizbaja y entró a la cocina, se sintió juzgada y avergonzada al instante, aunque nadie sabía lo que había sucedido. Se sentó con timidez y los ojos preocupados la traspasaban.
—¿Estás bien? —Jacqueline la abordó—. Te ves pálida y tus ojos están hinchados. Dime si debo ir a regañar a Arthur. ¿Se pelearon? Él salió muy temprano con un humor de los mil demonios.
Sam carraspeó, pues el habla no le salía.
—No, él no me ha hecho nada. —Trat&o