El sudor en sus frentes y los rápidos latidos de sus corazones eran evidencia del temor que los recorría. Estaban en mano de sus enemigos y era obvio que este sería su fin.
Arthur se apresuró al portón con alivio, al notar que era la pelirroja quien estaba allí, ella lo miraba con interrogantes y él entendió esa expresión y agradeció a Dios por aquella oportunidad.
—Dígame, señor Connovan, ¿cree que hay alguna esperanza para mí? ¿Creé que mi alma pecadora y malvada encuentre un lugar donde pertenecer y que pueda ser admirada por alguien?
—Lo creo. No tiene que ser el amor romántico, puede encontrar el amor donde desee cultivarlo. Y definitivamente, creo que puede redimir sus actos y ser una persona de bien, creo que puede soñar y hacer esos sueños realidad.
—¿Ser&eacut