“¿No?”, pregunté confundida, arqueando las cejas. “Literalmente estamos en el mismo hospital…”.
“La anciana dio órdenes”, dijo María con inexpresividad.
Fruncí el ceño. “¿Y quién es esta anciana… señora?”. Crucé los brazos mientras la observaba acomodar la bolsa donde guardaría las medicinas recetadas.
“Es Lady Kiara. Como ya has oído su nombre, fue ella quien sugirió que se colocara ese cartel y quien te eligió para gestar el hijo del joven amo. No quiere que veas a Leo, punto final”, dijo María mientras empacaba su maleta.
“¿Incluyendo a Lino? O sea… me pagó la mitad de su cirugía. Solo… quiero ver cómo está, nada más”.
María dejó de hacer lo que estaba haciendo y se giró hacia mí, su expresión suavizándose un poco. Órdenes son órdenes. Ahora estás embarazada de un heredero. Has seducido al joven amo. Te has convertido directamente en la madama, lo cual no sucederá. Pero ese bebé, tu bebé, tu propia sangre, se convertirá en el heredero del imperio Salvatore.
Fue entonces cuando me g