Me quedé allí, paralizada, mirando la puerta que Antonio acababa de cerrar de golpe. Mi pecho subía y bajaba, la adrenalina se escapaba lentamente de mi cuerpo. Parpadeé lentamente mientras me tambaleaba hacia atrás.
Mordiéndome los labios.
Se fue, y por mucho que quisiera correr tras él y arrastrarlo de vuelta, no podía moverme. El silencio me sofocaba mientras permanecía allí, mirando la puerta como un cachorrito confundido.
Me desplomé en la silla, con los ojos fijos en los destellos dorados y plateados del techo.
Ojalá hubiera un rayo de esperanza en mi vida. Parpadeé para contener las lágrimas que se me llenaban los ojos.
No lloro. Sin embargo, las lágrimas rodaban por mis ojos.
Estaba herida.
Sola.
Como siempre lo había estado.
Pasaron los minutos y, finalmente, exhalé con fuerza, obligándome a respirar. Agarré mi teléfono y salí hecha una furia de la habitación, secándome las lágrimas.
Antonio podía esconder sus secretos. Iba a llegar al fondo de esto con o sin él.
Para cuando