Punto de vista de Juan
Apenas el sol se asomaba por el horizonte cuando sentí la presencia de Lino antes de verlo. Gemí, parpadeando para apartar el sueño de mis ojos mientras él rondaba junto a la cama, recorriéndome con la mirada como si buscara cualquier señal de angustia.
"Buenos días", murmuré, intentando ignorar la opresión en el pecho. No era dolor, no como antes, sino una molestia persistente que me hacía ser cautelosa.
"Buenos días", respondió Lino con una voz inusualmente suave. Ya estaba vestido, impecablemente, como si no hubiera pegado ojo. Llevaba el pelo pulcramente peinado hacia atrás y la camisa abotonada hasta el cuello. Parecía el multimillonario al mando de su imperio, salvo por la forma en que me miraba, como si fuera la cosa más frágil del mundo.
"Lino, estoy bien", dije, incorporándome apoyándome en los codos. —En serio. No tienes que estar pendiente de mí cada cinco minutos.
Frunció el ceño, claramente no convencido. —Anoche apenas dormiste. Te oí dar vueltas e