Punto de vista de Juan
Estábamos sentados en el coche en silencio. Fuera de la ventana, se veía un hermoso atardecer. Me abrigué con mi abrigo, cuya tela susurraba suavemente en el silencio. Me giré un poco para mirarlo. El brillo del salpicadero iluminaba cálidamente su perfil; sus ojos estaban fijos en la carretera. Los edificios se deslizaban a mi alrededor, sus contornos difuminados por la luz del atardecer, mientras el parpadeo ocasional de una farola iluminaba su expresión pensativa.
Mientras el coche avanzaba suavemente por las calles, no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado. Las luces de la ciudad parpadeaban, proyectando sombras fugaces dentro del coche. A mi lado, Lino permanecía en silencio, con la mirada fija. Me preguntaba qué estaría pensando. Sujetaba el volante con firmeza y apretaba ligeramente la mandíbula. La tensión era palpable, lo que me incomodaba. No hay nada que odie más que un silencio incómodo.
Respiré hondo, intentando calmar mis pensamientos a