Sophia tomó el libro en la mano y, con todas sus fuerzas, lo usó para hacer añicos el espejo de su habitación. Los fragmentos de cristal cayeron sobre ella, hiriéndola en la piel, pero no le importó.
Estaba furiosa. No, estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía Lino a fijarse en otra chica? Seguía viva, aún viva, y él ni siquiera sabía de su problema, y aun así… ¡le había estado sonriendo! ¡Con una sonrisa burlona!
¿Le gustaba sonreírle? ¿Era guapa? ¿Sería por su pelo? ¿Por el desayuno? ¿Cómo se atrevía Lino a cocinar para Juan? ¿Cuándo fue la última vez que le cocinó a ella? Las preguntas le daban vueltas en la cabeza, avivando cada una su rabia. Le ardían los ojos mientras apretaba los puños, haciéndose sangre en las palmas, pero no le importaba. Estaba furiosa. Estaba dolida.
Y, sobre todo, estaba borracha. Borracha. Completamente borracha. El alcohol le recorría las venas, dejándola a la vez adormecida e hipersensible. Y cachonda. ¿Cuándo fue la última vez que se acostó con Lino? La culp