capitulo 57

Jordan no apartaba la vista de Ciel.

El sudor le corría por la sien, la espada aún levantada, pero lo que más lo consumía no era el eco de las campanas ni el terror que oprimía a todos… sino la escena frente a sus ojos.

Ian, exhausto, la sostenía contra su pecho, cuidándola como si fuera lo más valioso del mundo. Su voz, ronca, susurraba con una ternura que Jordan jamás había visto en él:

—Respira, Ciel… yo estoy aquí. No te dejaré…

Las manos de Ciel, inconscientes, se aferraban débilmente al cuello de Ian como si buscaran refugio.

Jordan sintió un fuego extraño recorrerle las venas. Un nudo de rabia y celos le quemaba por dentro.

Apretó la mandíbula, y el filo de su espada chirrió de tanto que la sujetaba.

—Siempre tú… —escupió con amargura, mirando a Ian—. Siempre tienes que ser tú el que ella busque, ¿verdad?

Ian alzó la vista, agotado, pero sus ojos destellaron con dureza.

—Este no es momento para tus juegos, Jordan.

—¿Juegos? —replicó Jordan, con un brillo salvaje en los ojos—. ¡
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