El aire se quebró con un rugido antiguo, tan profundo que las montañas se estremecieron a lo lejos. Artaxiel, el titán de sombras, extendió sus alas, cubriendo el campo de batalla como si una segunda noche hubiese caído.
Frente a él, Ciel flotaba sobre el círculo de runas, su aura resplandeciente de plata y azul, mezclada con destellos dorados. Su cabello se agitaba con violencia, como si un viento invisible soplara solo para ella.
Ian la miraba con asombro y temor.
—Ciel…
Jordan apretó su espada, y sus labios dibujaron una sonrisa incrédula.
—¿Así que este es el verdadero Eclipse…? Maldita sea… nunca pensé que vería algo así.
Leonardo, tambaleante, murmuró entre dientes:
—Mi hija… ella no es la prisión de nadie. Es la heredera de todos nosotros.
Los clanes enmudecieron. Los de Azereth dejaron de gritar el nombre de Artaxiel; incluso sus fanáticos se arrodillaron, confundidos, al ver el poder de la joven. Los de Kaelion temblaban, sin saber si huir o resistir.
Artaxiel alzó la voz, un