Pasaron semanas desde la batalla final con Azrael, y la fortaleza del linaje Vorlak comenzaba a cobrar vida nuevamente. Las antiguas piedras, antes cubiertas por polvo y sombras, brillaban con símbolos de protección renovados, y los bosques que rodeaban la montaña parecían responder a la presencia de sus guardianes.
Ciel caminaba por los pasillos de la fortaleza, su mirada firme y decidida. La marca del eclipse, aunque brillante, ya no ardía con furia; ahora era una luz controlada, símbolo de su dominio y de la armonía con su poder.
—Nunca pensé que llegaría a este punto —murmuró, mientras observaba los antiguos pergaminos y reliquias del linaje—. He aprendido que no se trata solo de fuerza… sino de conocimiento, estrategia y responsabilidad.
Ian, por su parte, se encargaba de entrenar a los nuevos portadores del eclipse que se acercaban a la fortaleza en busca de guía. Sus movimientos eran precisos, sus enseñanzas firmes pero justas. Cada instrucción que daba estaba cargada de experi