Los escombros aún humeaban donde el cuerpo de Kaelion se había desvanecido. El silencio era absoluto; solo se escuchaban las respiraciones agitadas de Ciel e Ian, mezcladas, unidas por ese vínculo que ardía en sus venas.
La líder del norte fue la primera en romper el mutismo. Su voz, helada como cuchillas de hielo, resonó en la penumbra:
—La derrotaste… pero al hacerlo confirmaste lo que todos temíamos. El Eclipse no es un don, sino una amenaza.
Los ojos de Ciel, aún brillantes, se clavaron en ella.
—No soy una amenaza. No quiero serlo.
El líder del este, aún marcado por la sangre oscura que escurría de sus tatuajes, rió entre dientes.
—Tus palabras son inútiles, niña. El poder que mostraste hoy no se puede ocultar. ¿Qué crees que harán los clanes al saber que puedes aniquilar líderes con un solo rugido? No te verán como salvadora. Te verán como arma.
Ian gruñó, avanzando un paso con Ciel aún sostenida en su brazo.
—Entonces que lo intenten. El primero que se acerque a ella, lo destro