(Continuación directa del punto donde Ciel está inestable, Ian y ella enlazados, y Alexandre vigilando desde las sombras.)
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El viento dejó de soplar de golpe.
Como si el bosque entero contuviera el aliento.
Ian seguía aferrado a Ciel, sintiendo su energía pulsar como un corazón doble intentando latir dentro de un mismo cuerpo. Ella temblaba, sus ojos divididos entre luz y oscuridad, entre humanidad e instinto puro.
—Ian… —susurró, con la voz quebrada—. Algo… algo me está llamando…
Él la sostuvo más fuerte.
—Estoy aquí. No te voy a soltar.
Jordan retrocedió un paso, con los colmillos parcialmente expuestos por la tensión.
—Su energía está reaccionando a algo externo. Esto no es solo el vínculo.
Leonardo alzó el rostro, pálido como la luna.
—No… no es algo. Es alguien.
Lo puedo sentir. Una presencia antigua.
Y entonces, entre los árboles, una sombra se movió.
No era un animal.
No era un vampiro común.
Era una presencia que no generaba sonido, como si el bosque mismo la