El bosque seguía envuelto en un silencio quebrado solo por la lluvia. Ciel caminaba al lado de Jordan, sin pronunciar palabra. Cada paso hundía sus pies en el barro, cada respiración era una batalla entre el miedo y el cansancio.
El vampiro la observaba con una mezcla de respeto y algo más profundo. Su instinto quería protegerla, pero también quería entenderla. Había visto miles de almas perdidas a lo largo de los siglos, pero ninguna como la suya: un corazón que brillaba entre la oscuridad.
—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Ciel finalmente, sin mirarlo—. No soy tu responsabilidad, Jordan.
Él rió apenas, un sonido bajo, casi melancólico.
—No lo hago por deber —respondió—. Lo hago porque cuando te vi enfrentarte a las sombras anoche… sentí que algo dentro de mí, algo muerto hace siglos, volvió a respirar.
Ciel se detuvo. Lo miró, desconcertada.
—No digas eso. No puedes sentir algo así por mí. Apenas me conoces.
Jordan dio un paso hacia ella.
—No se trata de conocerte, Ciel. Se trata de