El amanecer llegó gris, como si el sol temiera mirar lo que estaba por nacer.
El aire sobre la fortaleza Vorlak se sentía denso, eléctrico, lleno de presagios. Ciel apenas había dormido. Desde que vio aquella marca sobre su piel, no podía apartar de su mente la voz que le susurraba su destino.
Bajó lentamente hacia el patio de entrenamiento. Los portadores practicaban bajo la supervisión de Jordan, pero su mirada no estaba del todo en ellos: estaba fija en Ciel. Había algo distinto en ella. Algo que lo perturbaba y lo fascinaba a la vez.
—Dormiste poco —dijo él, acercándose.
—No pude. Algo… cambió dentro de mí —respondió Ciel sin mirarlo.
Jordan entrecerró los ojos, con esa mezcla de ternura y peligro que siempre lo caracterizaba.
—Todos sentimos ese cambio. No eres solo nuestra líder, Ciel. Eres el centro del equilibrio. Y eso te vuelve un blanco.
Ella se giró, molesta:
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me esconda? ¿Que los deje pelear por mí?
Jordan la sostuvo del brazo, con una fuerza